Reflexión del Evangelio Martes de la octava de Navidad, en la fiesta de San Juan Evangelista.

Vio y creyó, en el evangelio encontramos corriendo a Pedro junto a Juan hacia el sepulcro.
No hace mucho contemplábamos una escena parecida en un contexto diferente: a unos hombres se les anuncia una noticia y van corriendo a corroborarla. Son los pastores en Belén. Tanto ellos como estos apóstoles se encontraron con signos pobres: un Niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre; el Mesías, el Señor, pobre entre los pobres y una tumba vacía, tan solo con los lienzos que habían cubierto el cuerpo sin vida del Hijo de Dios.
Pero a Juan, como a los pastores, le bastó: por gracia de Dios, vio y creyó. Él, que había sido testigo de tantas maravillas al lado de Jesús y que lo había visto traspasado en la cruz, supo reconocer su gloria en aquel sitio, en aquel acontecimiento que podía no significar nada pero que lo significaba todo.
Esto nos interpela a nosotros, nos llama a abrirnos al Dios que se revela en lo pequeño: en la encarnación, en el pesebre, en el taller del carpintero, en aquel joven rabino sin estudios, en el Crucificado y en aquellas pobrezas y pequeñeces que cada uno conoce. Si nos une a Él una relación estrecha, si somos amigos y compañeros del Señor, reconoceremos su Presencia, su huella, su actuar discreto pero sublime. Se abrirán los ojos de nuestro corazón como los de san Juan y los de tantos hombres y mujeres mencionados en su evangelio: Natanael, Nicodemo, la Samaritana, Marta de Betania. El amor nos conducirá a la fe y la fe al amor.
Lo cual nos lleva de nuevo a la primera lectura: revelación, experiencia, gozo y vida, testimonio, comunión con los hermanos y con Dios.
San Juan Evangelista, ruega por nosotros.
En Cristo,

José Bismar Villagra Barrera, seminarista egresado.

Reflexión del Evangelio del día Mt 10, 17-22

Octava de Navidad, San Esteban Protomártir

Reflexión del Evangelio del día Mt 10, 17-22

Por el Pbro. Asdrubal de Jesús Zeledón Ruiz, Pastoral de Medios de comunicación de la Diócesis de Jinotega en Nicaragua.

Carísimos Hermanos, el día de hoy, la Iglesia celebra el martirio de San Esteban, fue el primero de los siete diáconos que los apóstoles eligieron como cooperadores de su ministerio, considerado el primero de los discípulos del Señor que en Jerusalén derramó su sangre, dando testimonio de Cristo Jesús.

A propósito, la liturgia nos permite celebrar el martirio de San Esteban, un día después de la solemnidad del nacimiento de Jesús, su testimonio de entrega, perseverancia y sacrificio; en definitiva, muestra el amor por excelencia a Dios por su constancia a pesar de las dificultades que vivó, nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles «Esteban, lleno de la gracia y de poder, realizaba grandes prodigios y señales entre la gente» (Hch 6, 8), una figura muy cercana a Jesús, esto provoca indignación para algunos los judíos, discutiendo con él; pero no podían refutar la sabiduría inspirada con la que hablaba.  Esteban lleno del Espíritu Santo, «Miró al cielo, y vio la gloria de Dios y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios». v. 55.

Jesús habla con claridad a sus discípulos, la fidelidad al Evangelio conlleva dificultades y persecución, «A ustedes los arrastrarán ante las autoridades y los azotarán en las sinagogas […]  así darán testimonio de mi ante ellos y ante los paganos» Si para los primeros discípulos lo fue, lo será también, para quienes son colaboradores suyos, nuestra fortaleza en los momentos de persecución deben estar puestos en Dios que nos acompaña siempre y poder ver su gloria.

El dolor significa despojarse de todo, […] en el que habrán momentos que debemos ocupar el lugar que Jesús experimentó, la persecución, el dolor y el sufrimiento. Alguien podría decir: ¿Padre, como es posible que Dios haya permitido ver sufrir a su propio Hijo? Así lo quiso Dios, admitir y seguir en el silencio en aquel momento infame (crucifixión)  porque a quiso darnos a todos la salvación. San Pablo lo dirá con otras palabras: «La gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos los hombres, […]  y quiere que vivamos de una manera sofría justa y fiel a Dios en la espera de la gloriosa venida del gran Dios y salvador, Cristo Jesús, nuestra esperanza». (Tit 2, 11-14

Increíble el amor que Dios nos tiene, busquémosle a Él, aun en los momentos difíciles. Para Jesús, lo que importa en la persecución no es el lado doloroso del sufrimiento, sino el testimonio. «Por mi causa serán llevados ante gobernadores y reyes, teniendo la oportunidad de mí, ante ellos y los paganos». Aquí el amor es más fuerte que el odio, la paz más fuerte que la violencia y de esperanza es más fuete desesperanza.

Que este evangelio nos ayude a comprender el amor de Dios en lo incomprensible, que sólo se entiende desde la fe, San Esteban amó a sus perseguidores, un ejemplo valiente para imitar a Jesús son sus palabras: «Señor, Jesús, recibe mi espíritu. […] Señor no les tomes en cuenta este pecado»

Que Dios nos conceda la gracia de imitar a San Esteban, que aprendamos amar a los enemigos, que el mundo cegado por el resentimiento, el rencor, el odio y la venganza, sea cada día promotor de paz y reconciliación, de perdón y de misericordia. Que el niño que nos ha nacido en Belén, «consejero admirable, príncipe de la paz» (Is 9, 6) sea para cada uno de nosotros una oportunidad para dar testimonio de la Buena Nueva de Salvación. ¡Para bien de la Iglesia y nuestra propia salvación! Que así sea.

Reflexión Martes de la tercera semana de Adviento.

Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios

A la parábola que hoy Jesús nos presenta parece que se le aplica bien el famoso refrán: obras son amores y no buenas razones. Como si ese fuese el código con el que hubiera que interpretarla. Que a Dios no le importan tanto los discursos, la imagen que damos o la fama con que nos etiquetan, cuanto los hechos. Pero, siendo cierto esto, la Palabra es aún más profunda y sutil en lo que nos quiere revelar.

Lo cierto es que se podrían haber enumerado a otros hijos. Por ejemplo, un hijo que, atendiendo a la petición del padre y diciendo sí, hubiera realmente ido a trabajar; u otro que, respondiendo de entrada que no, no fuera a la viña. Pero no. La parábola omite esos ejemplos y presenta dos hijos en los que la palabra no concuerda con los hechos. Parece que se centra en los incoherentes. Y, aun así, de uno de ellos se dice que cumplió la voluntad del padre. Sorprendentemente, tolera la incoherencia, pero no acepta la hipocresía.

Los sumos sacerdotes y ancianos a los que habla Jesús son, a los ojos del pueblo, un modelo a seguir. Y, sin embargo, les asegura que los publicanos y prostitutas les adelantarán en el Reino de los Cielos. Da la impresión que el problema no es tanto ser pecador, como creerse justo. Todos son incoherentes, y pecadores. La diferencia es que estos últimos tienen conciencia de su condición de pecado, que es público, y eso les puede hacer volverse al Señor, arrepentirse.

En este tiempo de adviento, el Padre nos concede, una nueva oportunidad. Nos regala un tiempo para darnos cuenta de nuestras desobediencias; de las muchas veces que le hemos dicho que no, y enmendar nuestras palabras e incluso nuestras acciones. Nos dice que no lo tiene en cuenta si estamos dispuestos a arrepentirnos. Él ya sabe de nuestras incoherencias y las quiere aprovechar. Son una ocasión para no caer en la hipocresía de creernos justos, sin necesidad de Dios, que es el mayor peligro. Cada incoherencia, cada no que le hemos dicho a Dios, se puede convertir en una oportunidad de volvernos de nuevo a su Misericordia; de darnos cuenta que no tenemos nada de qué presumir, que no somos hijos modélicos. Y, aun así, nos ama, quiere venir a nosotros. Dios cuenta con nuestras incoherencias y estas no nos excluyen de llegar al Portal. Pero la hipocresía sí nos excluye por sí misma, no nos puede conducir a un establo, lo repele, se aleja de allí, se desvía porque se escandaliza de que Dios se abaje tanto y tan gratuitamente.

¿Cómo es mi respuesta a las invitaciones del Señor? ¿Me preocupo de dar buena imagen, decir a todo que sí, pero luego descuido mi respuesta concreta? ¿Hay algo en lo que haya dicho que no últimamente? ¿Estaría dispuesto a cambiar mi respuesta? ¿qué me lo impide? ¿cómo juzgo a mis hermanos? ¿desde el creerme justo? ¿o soy capaz de reconocer que, en muchas cosas, van por delante de mí?

En Cristo,

José Bismar Villagra Barrera

MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO, AÑO A

La parábola de la oveja perdida en Lucas (15,3-7) es una exhortación a compartir la alegría del perdónque Dios otorga a los pecadores que se convierten y a la vez a disponernos al perdón. En el texto de Mateo, la misma parábola forma parte del discurso eclesial, en el que Jesús comunica a los discípulos algunas indicaciones preciosas acerca de la vida comunitaria: el esfuerzo por hacerse pequeños, disponibilidad a la acogida, atenciones para el que vacila en la fe.

En coherencia con dicho contexto, para el primerevangelista la parábola de la oveja perdida no habla directamente de Dios que se pone a buscar la oveja, sino de la comunidad, que debe ser “signo del rostro de Dios”, de Dios que va a la búsqueda de la oveja perdida con una solicitud pastoral por el “pequeño” y más aún por el que se ha extraviado, por el pecador.

Dejar las noventa y nueve ovejas para buscar una esuna locura; pero así es la locura de Jesús y debe ser la locura de la comunidad (v. 14). La comunidad no debe dejarse guiar por criterios de eficiencia, sino por el “cuidado” con el pequeño, con el insignificante, con el marginado o lejano, por el motivo que fuere. No se asegura automáticamente el éxito «Si logra encontrarla…», pero se exhorta a la comunidad a no olvidar nunca el buscar la oveja perdida, porque será fuente de gran alegría: «05 aseguro que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se extraviaron».

Una parábola es una invitación para participar en el descubrimiento de la verdad. Jesús empieza diciendo: “¿Qué les parece?” Una parábola es una pregunta con una respuesta no definida. La respuesta depende de nuestra reacción y de la participación de los oyentes. Tratemos de buscar la respuesta a esta parábola de la oveja perdida.

Jesús cuenta una historia muy breve y muy sencilla: un pastor tiene 100 ovejas, pierde una, deja las otras 99 y va en busca de la oveja perdida. Y Jesús pregunta: “¿Qué les parece?” Es decir: “¿Ustedes harían lo mismo?” ¿Cuál será la respuesta de los pastores y de las demás personas que escuchaban a Jesús que cuenta esta historia? ¿Harían lo mismo? ¿Cuál es mi respuesta a la pregunta de Jesús?

No hay que olvidar que los montes son lugares de difícil acceso, con simas profundas, habitados por animales peligrosos y donde se esconden los ladrones. Y no puedes olvidar que has perdido una oveja, una sola, por consiguiente, todavía ¡tienes 99 ovejas! ¡Has perdido poco! ¿Abandonarías a las demás 99 por el monte? Quizás solamente una persona con poco sentido común haría lo que hace el pastor de la parábola de Jesús.

Los pastores que escucharon la historia de Jesús, habrán pensado y comentado: “¡Solamente un pastor sin fundamento actúa de este modo!” Seguramente le habrán preguntado a Jesús: “Perdona, pero ¿quién es ese pastor del que estás hablando? Hacer lo que él hizo, es pura locura”. Jesús contesta: “Este pastor es Dios, nuestro Padre, y la oveja perdida eres tú”. Dicho con otras palabras, aquel que actúa así es Dios movido por su gran amor hacia los pequeños, los pobres, los excluidos. Solamente un amor así de grande es capaz de hacer una locura de este tipo. El amor con que Dios nos ama supera la prudencia y el sentido común. El amor de Dios hace locuras. ¡Gracias a Dios! Si así no fuera, ¡estaríamos perdidos!

En Cristo,

José Bismar Villagra

Reflexión del Evangelio de Lucas 21, 1-4.

Reflexión del Evangelio de Lucas 21, 1-4.

Por el Padre Asdrubal de Jesús Zeledón Ruiz.

El Evangelio de este día, el Señor nos presenta el desprendimiento de una viuda pobre, ella, desde su pobreza da todo lo que tiene, en cambio, los ricos dieron sus donativos pero daban de los que les sobra, la actitud de esta viuda es de admirar que en su pobreza ha dado todo lo que tenía para vivir.

Me gustaría compartir contigo tres realidades del evangelio.

  1. ¿Cuál es nuestra actitud respecto a las riquezas? Como personas, tenemos que vivir de lo necesario dignamente, tener lo justo, no ser miserable consigo mismo y con los demás. En el mundo hay personas muy ricas, económicamente viven muy bien, pero su corazón está lejos de Dios, en cambio, hay personas que son pobres, pero ricos ante Dios, pues tienen un amor inmenso por los demás, el mismo Señor nos dice: «donde está tu tesoro, ahí está tu corazón».
  2. La necesidad del pobre. Todos en algún momento hemos pasado necesidad, y será en el indigente que podamos ver la mejor expresión del amor a Dios, en definitiva como cristianos, estamos invitados a ser solidarios con el necesitado, ser signo concreto del amor a Dios por los más necesitados.

En la vida he realizado obras de caridad, veo los apuros de otras personas, que he hecho por ellas, siento la necesidad de ayudar al pobre.

  1. Tener lo necesario. La clave de la vida, no está en acumular riquezas, bienes, aunque sea necesario tener lo básico, solo es feliz quien vive dando solidariamente a Dios y al hermanos, disfrutando de la libertad de no poner nuestra confianza en los bienes temporales sino en los bienes eternos que solo Dios puede dar.

En la vida tenemos que ser partícipes de gestos reales, concretos de compromisos, generosidad y solidaridad. Soy solidarios con los necesitados,

El Evangelio nos recuerda que nuestro estilo de vida como cristiano debe ser la misericordia, el amor  y la solidaridad por los más necesitados, de hecho, hay que ser signo concreto en los más necesitados. ¡Para bien de la Iglesia y nuestra propia salvación!  Amén.