Del santo Evangelio según san Juan 11, 19-27

En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano Lázaro. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo a Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”.

Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?”. Ella le contestó: “Sí, Señor. Creo firmemente que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.

Palabra de Dios.

Reflexión del Evangelio del día Mateo 9, 32-38.

Martes de la XIV semana del tiempo Ordinario.

El evangelio de hoy nos presenta la curación de un mudo, (9,32-33) tras la resurrección de la hija de un jefe, la curación de la hemorroisa (Mc 5,23-43), y de dos ciegos (9, 27-31). El evangelista está presentando los signos del Reino que Jesús anuncia con su palabra. Sus familiares y amigos ya saben el diagnóstico, está endemoniado. Por ello, al expulsar Jesús al demonio, el mudo comienza a hablar. La reacción ante ese exorcismo-curación es doble, mientras la gente queda admirada por el milagro, los fariseos critican interrogando en nombre de quien se ha realizado. Jesús es presentado por el evangelista como el Mesías que trae la liberación y salvación definitiva de todas las dimensiones del ser humano y todos los seres humanos, según lo anunciado por Isaías: “Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo” (Is 35,5-6a).

A continuación, el evangelista nos presenta un breve sumario de la actividad itinerante de Jesús: Enseñar proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad. Ambas realidades, palabra y acontecimiento, dicho y hecho resumen la predicación de Jesús. Mientras “los signos manifiestan y confirman la enseñanza; las palabras, por su parte, proclaman los signos y esclarecen el misterio contenido en ellas” (D.V.2).

En su camino, Jesús, al ver a la muchedumbre, siente compasión de ella porque están abatidos como ovejas sin pastor. La mies sigue siendo mucha y los obreros pocos. ¿Estamos dispuestos dejarnos afectar por los sufrimientos y debilidades de nuestros hermanos y hermanas y que la misericordia te haga dar valientemente un paso adelante para acompañar sus vulnerabilidades y curar sus heridas?

En Cristo

José Bismar Villagra

Seminarista egresado de teología

Reflexión del Evangelio Mt 5, 13-16

Reflexión del Evangelio Mt 5, 13-16.  X Semana del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Por, José Bismar Villagra Barrera, seminarista egresado de teología. Pastoral de Comunicación de la Diócesis de Jinotega-Nicaragua

Una vez más, la Palabra nos invita a reconocer el paso de Dios en nuestra vida, incluso en lo desconocido y en las promesas más absurdas… vivir en la fe y desde la fe nos permite vivir las mismas circunstancias con un sabor y una luz diferente. Ni mejor ni peor, sencillamente diferente.

El Evangelio de hoy nos presenta dos imágenes sugerentes y cotidianas. Jesús afirma a sus discípulos, los de todos los tiempos… los de ayer y los de hoy, que son sal y luz. Una bonita manera de hacer entender lo que significan las “buenas obras”, y cómo el objetivo de éstas no es otra que presentar a Dios y que todos lo podamos alabar.

Sin embargo, el Evangelio de hoy no es tan sencillo y directo. Jesús provoca y nos provoca ¿Y si la sal no tiene sabor? ¿Y si la luz no está en el lugar adecuado para alumbrar?  Por eso, que nos lanza de forma muy sutil la inquietante pregunta de valorar el sabor de mi vida y si el lugar en el cual estoy responde a las necesidades actuales de presentar a Dios.

Mucho se habla hoy de contextos secularizados o en proceso de secularización, donde parece que Dios ya no encuentra espacio, ya no es necesario. Y, sin embargo, nuestro tiempo se caracteriza por una búsqueda profunda de sentido. Por eso, nuestro hoy es el tiempo de la oportunidad… de ofrecer sabor de Evangelio con una vida comprometida y coherente con el proyecto de Dios, de ofrecer la luz que nos habita en la fragilidad de nuestra vasija de barro.

Somos sal y luz, pero ¿Qué sal y qué luz? Si nuestra vida tiene el sabor de las buenas obras y la luz que presenta el Amor de Dios, entonces, sí somos los discípulos del Maestro, somos los amigos de Dios.

Reflexión del Evangelio de San Juan 19, 25-34

Reflexión del Evangelio de San Juan 19, 25-34. Semana X del Tiempo Ordinario. Ciclo C.

Por el Pbro. Asdrubal Zeledón Ruiz. Pastoral de Comunicación Diócesis de Jinotega-Nicaragua.

Fiesta de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia.

Queridos hermanos, la Iglesia ha reconocido en la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, colaboradora del palan divino de la salvación.  Por la gracia de Dios, María permaneció inmune de todo pecado personal durante toda su existencia. Ella es la «llena de gracia» (Lc 1, 28).

La actitud de María de permanecer junto a la cruz, expresa el sentir de la Madre, que ve a su Hijo crucificado, ve morir a su propio Hijo, Jesús se dirige su madre y le dice: «mujer ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «ahí tienes a tu madre» María se convierte madre no sólo del discípulo amado sino en todos aquellos a quienes él representa, el conjunto de los creyentes.

Es el nuevo Sí que da María en un momento decisivo en el plan de salvación. La Iglesia que se funda por la fe en la Palabra de Dios, es la Iglesia que nace al pie de la cruz. María es madre de Jesús, suscitándola en todo discípulo a quien Jesús ama. Pues María, queda así constituida como madre universal de toda la Iglesia. Es la Virgen María, que nos da ejemplo de esperanza y que a pesar del sufrimiento vive el drama del dolor en el calvario junto a su Hijo.

Cuántas madres, viven hoy en día el sufrimiento, su propio calvario al ver sufrir a sus hijos  ante acciones injustas, leyes que buscan su propia conveniencia, en ellas, también se contempla el dolor, la lucha y la esperanza por las rebeldías de algunos que buscan su propio cometido.

Que en esta fiesta en la que celebramos la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, tal como la proclamó San Pablo VI en el Concilio Vaticano II, acerquémonos a María, modelo de unión con Cristo, que cada acción que realicemos la hagamos siempre en perfecta unión con Jesús. Por medio de la unión alcanza su culmen en el Calvario: aquí María se une al Hijo en el martirio del corazón y en la ofrenda de la vida al Padre para la salvación de la humanidad.

Dios nos conceda la gracia de abrazar el dolor, aceptando la voluntad del Padre, como lo hizo María al pie de la cruz, en aquella obediencia que da fruto, que trae la verdadera victoria sobre el mal y sobre la muerte. ¡Para bien de la Iglesia y nuestra propia salvación! Amén.

Reflexión del Evangelio de San Juan 21, 20-25.

Reflexión del Evangelio de San Juan 21, 20-25. VII Semana del Tiempo Pascual Ciclo C.

Por, Pbro. Asdrubal Zeledón Ruiz.  Pastoral de Comunicación Diócesis de Jinotega.

La experiencia que viven los discípulos con Jesús, marca el cambio total de su vida. Jesús, infundió en ellos valentía, fortaleza y ánimo para anunciar y entusiasmar con sus palabras y su acción, el despertar en ellos la fe y seguirle.

En el evangelio escuchamos la predicción del discípulo amado,  a través de una comparación entre Pedro y el otro discípulo al que Jesús tanto quería. Pedro plantea una pregunta, «¿Señor, qué será de este?» Refiriéndose al discípulo amado, Jesús no deja lugar a equívocos, más bien su respuesta afirma la libertad soberana de Dios respecto a cada hombre. «Si quiero que se quede hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme»

Muchas veces nos preocupamos por lo que les espera a los demás, preocúpate en lo tuyo, de lo demás me ocupo yo. No vale la pena afanarse de la vida de los demás, sino estamos bien concentrado en lo nuestro, Jesús le había anticipado a Pedro como moriría, y él se empieza a meter en la vida del otro, quizás con buena intención, el amor.

En realidad, esto tiene su significado propio en la vida de cada uno de los discípulos. La vida terrena está representada en el apóstol Pedro; la eterna, en el apóstol Juan. La imagen de ambos discípulos representa, uno el seguimiento de Cristo, el otro estaba a la espera. En palabras de San Agustín: «Ambos por medio de la fe, soportaban las miserias de este mundo y esperaban la felicidad futura de la bienaventuranza eterna».

No nos entrometamos en la vida de los demás, vale la pena perder el tiempo en algo que saque provecho, para la vida eterna.

¡Para bien de la Iglesia y nuestra propia salvación! Así sea.