HOMILÍA DE LA DESPEDIDA DE LA VIRGEN DE FATIMA DE LA CATEDRAL SAN JUAN 18 SEPTIEMBRE- 2022
Apoc: 11: 19, 12 – 1-6-10
Cor: 15: 20-26
Lc 1,39-56)
Saludos de Paz y Bien en Jesucristo Nuestro Señor,
“En esta Eucaristía damos gracias a Dios por la visita de la Imagen de la Virgen peregrina de Fátima en nuestra diocesis y en toda la provincia eclesiástica de Nicaragua. Ella ha venido para estar con nosotros y quedarse en cada unos de nuestros corazones, en todas aquellas personas que han sentido su cercanía de madre”.
La presencia de la Virgen de Fátima, que ha peregrinado durante 2 años y 8 meces en nuestro territorio nacional, ha acompañado a nuestro pueblo marcado ante las dificultades sociales, económicas y sanitarias. A ella nos dirigimos confiando en su intercesión de Madre para con nosotros sus hijos.
Hoy como Diócesis despedimos la imagen peregrina de la virgen de Fátima. Ya que, en este tiempo de estadía en nuestro país, Ella, ha venido de Portugal a darnos a todos nosotros, un mensaje de paz y esperanza.
Queremos agradecer a los hermanos que acompañaron para resguardaron y custodiar la Imagen durante la peregrinación en totas las parroquias de nuestra provincia eclesiástica de Nicaragua.
La primera lectura se nos dice que «Se abrió en el cielo el santuario de Dios, y apareció en su santuario el arca de su alianza». El texto, sagrado, nos muestra varios signos: la mujer y el dragón, signos que representan la lucha dramática del bien y el mal, entre el anuncio del Evangelio y el rechazo del mundo a Dios.
Aquí, se ve la presencia de Dios en medio de su pueblo, la mujer vestida de sol, con los dones de fidelidad y la promesa de llevar a cabo su misión en el mundo de hoy, es la Virgen María, la que llevó en su seno al Hijo eterno de Dios hecho hombre, Jesús nuestro Señor y Salvador.
Este pasaje quiere indicar el aspecto importante de la realidad de María. Ella, arca viviente de la alianza, tiene un extraordinario destino de gloria, porque está tan íntimamente unida a su Hijo, a quien acogió en la fe y engendró en la carne, que comparte plenamente su gloria del cielo. Es lo que sugieren las palabras que hemos escuchado: «Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; y está encinta. Y dio a luz un hijo varón, el que ha de pastorear a todas las naciones».
María es al mismo tiempo figura de la asamblea celestial y de la asamblea del pueblo de Dios que camina dando a luz a Cristo para el hombre de hoy; y prefigura la victoria final de la asamblea con Cristo, por él y en él.
En la segunda de lectura del Apóstol San Pablo a los Corintios, nos ayuda a lanzar un poco de luz sobre este misterio de la redención partiendo del hecho central de la historia humana y de nuestra fe, es decir, el hecho de la resurrección de Cristo, que es «la primicia de los que han muerto».
Por este misterio pascual, hemos sido partícipes de su victoria sobre el pecado y sobre la muerte; que heredamos en Adán, el primer hombre, el hombre viejo que nos heredó el pecado y la muerte.
Ante esta realidad, todos podemos ver y vivir cada día algo nuevo, hemos sido incorporados por el hombre nuevo, Cristo resucitado, y así la vida de la Resurrección ya está presente en nosotros. El mismo San Pablo dice: «Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo». Pero cada cual en su rango: Cristo como primicia; luego los de Cristo en su venida.
El Evangelio nos presenta el cantico del magnifica a María, ella al dar el sí a Dios, inmediatamente después de haber concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo, se dirige a visitar a su prima Isabel, también ella milagrosamente a la espera de un hijo.
En este encuentro lleno del Espíritu Santo, María expresa su alegría con el cántico del Magníficat, porque ha tomado plena conciencia de las grandes cosas que están ocurriendo en su vida: el Evangelio de Lucas nos muestra cual es el motivo más verdadero de la grandeza de María y de su santidad: el motivo es la fe. De hecho, Isabel la saluda con estas palabras: «Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».
La fe es el corazón de toda la historia de María; ella es la creyente, la piadosa; en la historia le pesa la violencia de los prepotentes, el orgullo de los ricos, la arrogancia de los soberbios. Sin embargo, María cree y proclama que Dios no deja solos a sus hijos, humildes y pobres, sino que los socorre con misericordia, con angustia, derribando a los poderosos de sus tronos, dispersando a los orgullosos en las trampas de sus corazones. Ésta es la fe de nuestra Madre, la virgen María.
El magníficat, nos permite vislumbrar el sentido de la vivencia de María: si la misericordia del Señor es el motor de la historia de la salvación. “El poderoso ha hecho grandes cosas, su nombre es santo”. Nuestra vida, vista a la luz de María asunta al Cielo, no es un errar sin rumbo, sino una peregrinación que, aún con todas sus incertidumbres y sufrimientos, tiene una meta segura: la casa de nuestro Padre, que nos espera con amor.
Confiemos siempre en Dios que hace resplandecer «para su pueblo, todavía peregrino sobre la tierra, un signo de consuelo y de segura esperanza». Aquel signo tiene un rostro, un nombre: el rostro radiante de la Madre del Señor, el nombre bendito de María, la llena de gracia, bendita porque ella creyó en la palabra del Señor. ¡La gran creyente! Como miembros de la Iglesia, estamos destinados a compartir la gloria de nuestra Madre, porque, gracias a Dios, también nosotros creemos en el sacrificio de Cristo en la cruz y mediante el Bautismo, somos insertados en este misterio de salvación.
En cuanto a las apariciones de Fátima las seis apariciones de la Virgen se inician y finalizan con un mismo mensaje: en la primera aparición, hace referencia a reparar los pecados con que Dios es ofendido y en la sexta aparición no ofendan mas a Nuestro Señor que ya esta muy ofendido. También dijo. Reparad los crímenes y consola a vuestro Dios. Como podemos consolar, cumpliendo los mandamientos de Dios y consagrándonos al corazón Inmaculado de la Virgen de Fátima. y como les dijo a los pastorcitos: Rezad, rezad mucho y haced sacrificio por los pecadores.
El amor es más fuerte que el odio. Y digamos con Isabel: “Bendita tú eres entre todas las mujeres“. Te invocamos con toda la Iglesia: Santa María, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
“Quien confía en María nunca se sentirá defraudado”.
Sagrado Corazón María ruega por nosotros. Que así sea.