Homilía de S.E.R Mons. Carlos Enrique Herrera.- Natividad de la Santísima Virgen María

Natividad de la santísima Virgen María, 8 de septiembre de 2022.

Miqueas 5, 1-4, Salmo 12, Rom 8, 28-30, Mt 1, 18-23.

Queridos hermanos, celebramos la fiesta de la Natividad de la santísima Virgen María, esta fiesta la Iglesia la celebra desde el siglo V, en donde se edificó una Iglesia en Jerusalén, donde había estado la casa de San Joaquín y Santa Ana, padres de la santísima Virgen María.

Con la celebración de esta fiesta damos apertura a la alegría universal, en el que existe un vínculo muy profundo entre el nacimiento de Santa María y la misión de nuestro Señor Jesucristo. 

Así pues, celebrar la fiesta del nacimiento de la Virgen María, estamos celebrando la redención del género humano, porque ella es la portadora de la salvación, es el puente que une; a la humanidad con Dios. En este contexto de alcance universal, para preparar la venida del salvador del género humano, el Hijo de Dios hecho hombre en el seno del Pueblo de la primera alianza, Dios escogió a María.

Ante esta elección de la Virgen, Dios la escogió para hacerla la más eminente de las hijas de Israel. La quiso, de una manera única, imagen de su Hijo. María, pues, es fruto de la misericordia divina que quiere consolar a la humanidad, restaurarla en su dignidad y llevarla a la alegría para siempre en Cristo.

El profeta Miquea es su libro, ha reprendido al pueblo por sus infidelidades; “el Señor abandonará a su pueblo hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz”. Y ahí recordamos el texto de Isaías en esa misma línea: «He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo.

Es el anuncio de algo que supone abrir una puerta a la esperanza. La noticia de que, en Belén, pequeña población entre las ciudades de Judá, surgirá alguien que ha de ser “soberano de Israel”. La pequeñez de ese pueblo no es obstáculo para que de ella salga el Mesías, de donde mucho tiempo atrás había surgido David, el gran rey del pueblo de Dios.

La tradición cristiana ha visto en este pasaje de Miqueas el anuncio del nacimiento de Jesús en Belén. Ese que ha de llegar será portador de la paz “porque pastoreará a su pueblo con la fuerza del Señor”.

De ese rey que se anuncia hay que destacar su origen humilde, semejante al origen de David. Él reconstruirá al pueblo desunido y en él aparecerá la gloria de Dios que velará por su pueblo. Ese rey anunciado tiene como nombre la misma paz.

Hay un punto importante que no podemos olvidar de la lectura de Miqueas ha de servirnos para meditar en la fidelidad y la misericordia de Dios. Entre esas bondades hoy destacamos el regalo de María que es para todos, motivo de alegría, también de agradecimiento.

Esto nos debe crear admiración en nuestra vida de cristianos, Ella, que tenía que llevar a Jesucristo en sus entrañas ya apunta hacia nosotros; el mismo San Pablo a los Romanos, nos dice: «Todo contribuye para el bien de los que aman a Dios» el hecho de que el Hijo de Dios e hijo de María pueda ser hermano nuestro, pues «Dios a quien llama los predestina para que produzcan en sí mismos la imagen de su propio Hijo, a fin de que él sea el primogénito entre los hermanos».

María es la puerta a través de la cual nos es concedido conocer a Aquel que siendo todo amor nos llamó, nos justificó, y nos quiere glorificar para que gocemos de él para siempre.

El Evangelio del día de hoy, nos presenta la Anunciación de la Santísima Virgen María, y nos muestra al mundo la Mujer destinada a ser Madre del Divino Salvador. Al recordar este nacimiento, alegre entre todos para el género humano. 

El nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo representó una honra incomparable para toda la humanidad. Guardadas las proporciones, también la venida de la Santísima Virgen al mundo concedió de particular nobleza al género humano. Fue Ella la creatura más perfecta hasta entonces nacida, concebida sin pecado original, a quien le fue dada, desde el primer instante de su ser, una superabundancia de gracias.

El comienzo de todo nos retrotrae al acontecimiento fundamental en la vida de María que no es otro que la Anunciación. María es contemplada como el mejor ejemplo de lo que significa vivir en cristiano. Ella es madre y discípula; ella es modelo de disponibilidad y entrega a la voluntad de Dios. Su “hágase en mi según tu palabra” es una manifestación plena de confianza en Dios a quien entrega su vida.

La fiesta de su nacimiento nos recuerda que la Virgen María vino al mundo sin pecado original; por eso es pura, santa y así recibirá al autor de la gracia dispuesta de la forma más digna para acoger a Jesús, para ser la madre de Dios hecho hombre.

Celebrar la natividad de la Virgen María nos sitúa ante la figura de la Madre del Señor, para aprender a estar disponibles, para acoger y aceptar lo que Dios tiene reservado a cada uno, asumiendo con todas las consecuencias, nuestra aportación a la obra de la salvación.

El amor de Dios por la humanidad se renueva ahora en la celebración eucarística. Y si «las entrañas de la Virgen María» fueron «dichosas» porque «llevaron al Hijo del eterno Padre», también lo seremos nosotros cuando lo llevemos en nuestro interior después de recibir la Eucaristía. Que como ella lo sepamos acoger, hacerlo vida de nuestra vida y ofrecerlo a los demás como luz y como salvación. Así sea.

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