Reflexión del Evangelio del día San Marcos 10, 28-31.

Martes 30 de mayo de 2023

Reflexión del evangelio del día, Marcos 10, 28-31.

Octava semana del Tiempo Ordinario. Ciclo C.

Ayer veíamos como un joven se iba triste por no poder seguir a Jesús a causa de su apego a las riquezas, hoy el Señor nos hace una promesa al respecto, nos anuncia que el que deje todo, no sólo los bienes materiales, sino también los afectos, como la familia.

El Señor busca discípulos, seguidores, amigos. Su llamada es universal. ¡Es una oferta fascinante! El Señor nos da confianza. Pero pone una condición para ser discípulos, condición que nos puede desanimar: hay que dejar «casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio» (Mc 10,29).

Hoy Jesús nos invita a confiar en Él, sabemos que para Dios nada hay imposible y Él nos dará su gracia para dejarlo todo y seguirle, y, sobre todo, Él nos dará su gracia para soportar las persecuciones, el camino no es fácil, pero la fe nos dice que encontraremos la felicidad plena, como dice Pedro en otro lugar: “A dónde vamos a ir, tú solo, Señor, tienes palabras de Vida Eterna”

Hoy, Dios nos sigue buscando, nos sigue invitando a cambiar de rumbo, a que hagamos las cosas diferentes, a descubrir cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida. Es bueno plantearse si nosotros podemos decir como Pedro: “Lo hemos dejado todo y te hemos seguido” Cada uno examínese y vea si realmente lo ha dejado todo o todavía tiene el corazón apegado a algo que le impide seguir al Señor con plena libertad interior. Optar por Cristo siempre será la mejor opción de nuestra vida, porque Él es el que da sentido a ella.

Para seguir al Señor, implica dejarse amar por Él y amarlo. Totalmente estar enamorado de Aquel que te da la vida.

En Cristo,

José Bismar Villagra

 

Memoria de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia.

Lunes 29 de mayo de 2023

VIII Semana del Teimpor Ordinario. Ciclo C

Autor. Padre Asdrubal de Jesús Zeledón Ruiz.

Reflexión del Evangelio de San Juan 19, 25-34.

Queridos hermanos, un día después de Pentecostés, la Iglesia celebra la memoria de María, Madre de la Iglesia. Instituida por S.S.P. Francisco, en el año 2018, el titulo María, Madre de la Iglesia, ya era usado desde el año 1964 cuando S.S.P. Pablo VI, durante el Concilio Vaticano II, declaró solemnemente: «Para gloria de la Virgen, y consuelo nuestro, proclamamos a María Santísima, Madre de la Iglesia»

Posteriormente, San Juan Pablo II en el año 1980, introdujo esta veneración a las letanías lauretanas “María, Madre de la Iglesia”. Y porqué un día después de la Solemnidad de Pentecostés, tiene sentido, porque eran los Apóstoles y la Bienaventurada Virgen María, estaban reunidos para esperar con ella el don del Espíritu Santo.

La Virgen María vivió de un modo único, la espera del Espíritu Santo. María ocupa un lugar privilegiado en la Iglesia, donde recibe de su Hijo Jesús el encargo de la Iglesia, «Mujer, ahí tienes a tu hijo, luego, dijo al discípulo amado, ahí tienes a tu Madre, y desde aquella hora, el discípulo la acogió como algo propio» Es decir, como Madre suya, modelo de fe y amor.

Cuando ya todo se había cumplido por voluntad del Padre, Jesús agonizando nos entrega lo más apreciado para Él, su Madre. Ante la figura de Juan, el discípulo amado, al pie de la cruz nos encontramos todos nosotros, su Iglesia.

También, Jesús nos dirige a cada uno de nosotros, “hijo ahí tienes a tu Madre” María, Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todos los cristianos.

El estar de María en cada momento, ícono eminente y singular gracia, modelo de fe.

María estuvo siempre unida al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en singular gracia, cuando en su seno purísimo en la Anunciación da su sí al Señor, hágase en mí según tu Palabra. Cfr. Lc 1, 26-38.

«Porque Ella, al aceptar la Palabra en su corazón Inmaculado, mereció concebir en su seno virginal, y al dar a luz a su Creador, preparó el nacimiento de la Iglesia». Prefacio III de Santa María Virgen. Igual al estar junto a la cruz, el encargo de su amor, recibió a toda la humanidad redimida por la Sangre de su Hijo Jesucristo.

Pedimos al Señor, la intercesión de María, Madre de la Iglesia, nos ayude a recordar que la vida cristiana debe estar siempre unida a Jesús, ella modelo de oración nos conceda a alcanzar los designios de Dios y con su gracia, respondamos con generosidad a su llamado.

Para bien de la Iglesia, y nuestra propia salvación. Que así sea.

Reflexión del Evangelio del día

Reflexión del evangelio del martes de la séptima semana de Pascua.

En el capítulo 17 del Evangelio de Juan tenemos un texto que conocemos como la oración sacerdotal de Jesús, una oración que dirige al Padre, donde Jesús proclama su fidelidad a Dios y afirma que lo ha glorificado sobre la tierra, coronando la obra que se le encomendó y comunicando las palabras que recibió.

Todo este Evangelio está marcado por la hora de Jesús que es la gloria de Dios: Jesús sabe que ha llegado la hora de su pasión y muerte y le pide a su Padre que le ayude a aceptar los sufrimientos para dar vida eterna a los hombres.

En los versículos del presente texto aparecen dos verbos: uno es glorificar y el otro es darse. Lo propio de Dios para toda la tradición bíblica es la gloria, esa gloria que nos va a perfeccionar y nos va a dar vida abundante.

El término gloria se refiere a la gloria que Jesús poseía en su preexistencia divina, o la gloria que le reserva el Padre desde toda la eternidad. Aunque Jesús pide su propia glorificación, no es que busque su gloria, sino que su gloria y la gloria del Padre, son una misma cosa.

El dar de Jesús es hacernos partícipes de todo lo que ha recibido del Padre. Y lo que en realidad desea es que lo conozcamos: conocer al Padre es tener una intimidad con Él. La gloria de Dios es la salvación del hombre y la salvación del hombre es conocer a Dios, y ese conocimiento en nosotros avanza en la unión de todo nuestro ser con Él.

Pidamos a Dios que envíe su Espíritu Santo para que, haciendo morada en nosotros, nos convierta en templos de su gloria y descubramos que la revelación viene a los hombres por Cristo.

Fuente: Escrito ha sido tomado textual del sitio. https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/

Reflexión del Evangelio de San Juan 16, 29-33.

Lunes 22 de mayo de 2023.

Reflexión del Evangelio de San Juan 16, 29-33.

VII Semana de Pascua. Ciclo C.

Por el Padre Asdrubal de Jesús Zeledón Ruiz.

Queridos hermanos, el Evangelio de este día, inicia con unas palabras que los discípulos dirigen a Jesús. «Ahora has hablado en un lenguaje claramente y no parábolas» (Jn 16, 29. Los discípulos pensaban que lo entendían todo, ellos captan esta luz revelada para aclarar sus problemas, pero una luz muy pequeña, “por eso creemos que has venido de Dios”.

Jesús es para nosotros la revelación de Dios como Padre. Y por medio de Él, Dios llega a nosotros y nos revela su amor que se manifiesta a todos los discípulos. Jesús es más concreto y les pregunta a los suyos: ¿De veras creen? Él conoce a sus discípulos,  sabe que les falta mucho para comprender el misterio de Dios.

Ellos, tienen que enfrentar la sorpresa inesperada de la pasión y la muerte de Jesús. «Miren viene la hora, más aun, ya llegó, en que se van a dispersar cada uno por su lado y me dejarán solo» vv.31-32. Sin embargo, yo no estaré solo, el Padre está conmigo, esta es la fuente, la certeza de sentir la cercanía y la presencia de Dios en los momentos difíciles.

Jesús anima a sus discípulos en los momentos de difíciles a no desfallecer, «les he dicho estas cosas, para que tengan paz en mí, en el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan valor, porque yo he venido al mundo» v.33. Su sacrificio de amor, Jesús vence al mundo y a satanás, ninguna dificultad debe hacernos perder el valor, unidos a Él haremos participe de la victoria contra el mal en el mundo.

Hoy más que nunca, estamos llamados a participar de la lucha contra el mal, perdonar de corazón, nunca cansarnos ante las adversidades de la vida cotidiana, confiar en todo momento, ser perseverantes como lo hizo Santa Rita de Casia, su perdón, oración y humildad la llevó a alcanzar y conocer el amor de Jesucristo, que supo contemplar por medio del crucifijo. En efecto, la vida de esta santa, nos motiva  a pensar una cosa: Dios siempre vence el mal, gracias a la oración constante.

Para bien de la Iglesia, y nuestra propia salvación. Que así sea.

 

 

Reflexión del Evangelio del día

Sábado 20 de mayo de 2023

VI Semana de Pascua Ciclo C.

Reflexión del Evangelio de San Juan 16, 23-28.

Por el Padre: Asdrubal Zeledón Ruiz.

Queridos hermanos, Dios Padre posee todas las riquezas, que ninguna otra persona de este mundo nos las puede dar, su sabiduría, su conocimiento, su bondad, su gracia santificante, don gratuito que Dios realiza en la vida, infundida por el Espíritu Santo en el alma para curarla y santificarla.

Jesús en su Evangelio, dirige a sus discípulos la confianza que debe tener para con Dios Padre. “Cuanto pidan al Padre en mi nombre, se los concederá” (v. 24). Jesús nos muestra la eficacia de la oración, y tiene resultado más grandes de los que nos podemos imaginar. Nuestra oración a Dios Padre, fortalece, acompaña y anima a creer contra toda desesperanza.

Nuestra amistad con Dios, amistad profunda con Dios debe contarle nuestras necesidades, y pedirle aquello que más nos hace falta “… Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa” (v.24) Cuando nosotros oramos por nuestras necesidades o pedimos la intercesión de Dios por alguien que nos ha pedido oración, nuestra oración va unida a Cristo, para interceder por el bien toda la humanidad.

 “Aquel día pedirán en mi nombre […] pues el Padre mismo los ama” Vv. 26-27) El amor del Padre por los discípulos es único, su adhesión a los suyos ha sido único, y la clave de la oración del cristiano está en permanecer en su amor. “Permanezcan en mí y yo en ustedes”

El Padre nos dará lo que más necesitamos, “Padre si quieres, aparta de mí este cáliz, que no se mi voluntad sino la tuya” (Lc 22, 42), y cuando recitamos la oración del Padre Nuestro decimos: “Hágase  tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo” (Mt 6, 11) Dios Padre nos ha amado con su mismo amor, con que amó a su propio Hijo Jesucristo, en quien somos hermanos, efectivamente, nosotros hijos de un Padre que nos ama.

Para bien de la Iglesia y nuestra propia salvación. Amén.