Reflexión Del Evangelio – Martes De La Tercera Semana De Cuaresma

REFLEXIÓN DEL EVANGELIO

Quizás una de las cosas de las que más adolece el mundo hoy, es de falta de misericordia. Nos hemos vuelto duros, rígidos, muchas veces intolerantes e insensibles. Es lamentable ver que algunos cristianos, que debían de estar llenos del amor misericordioso de Dios, continúan actuando como este hombre de la parábola.

Esperan sólo el momento del error del hermano para echárselo en cara. Quizás podríamos escudarnos en que buscamos su bien, que lo estamos educando, que es la única manera de que aprenda, sin embargo, esta no fue la pedagogía de Jesús, y no es la manera como nos trata el Padre. Jesús nos dijo: “Sean perfectos como el Padre Celestial es perfecto”. Y, ¿cuántos de nosotros lo somos? Y por no serlo, ¿Jesús nos desprecia o nos humilla? Ciertamente no, pues respeta nuestro proceso, nos alimenta con amor y de esta manera nos permite experimentar su misericordia.

Aprendamos a ver hacia nosotros mismos, así descubriremos toda nuestra miseria. Esta es la base para tratar a los demás con dulzura y compasión pues sí, siendo lo que soy, Dios me trata con amor, con cuánta más razón lo haré yo con mis hermanos, que, a decir verdad, pueden ser mejores que yo.

Jesús no sólo cambia la dirección: del castigo al pecado; y del esfuerzo por la justicia, al perdón gratuito de las ofensas. Cambia también la medida: “setenta veces siete” significa un perdón sin medida, sin límites, sin ese “hasta aquí hemos llegado” tan nuestro, tan “humano”.  Jesús, con la parábola del siervo perdonado y despiadado, nos invita a mirar, más allá de las ofensas recibidas, al Padre misericordioso. Al hacerlo así comprendemos la desproporción absoluta entre el perdón ilimitado, sobreabundante y exagerado de Dios, y lo que nosotros tenemos que perdonar en nuestras vidas cotidianas.

Los diez mil talentos perdonados al siervo significaban una cifra desorbitada, una cantidad de dinero que posiblemente nadie poseía en aquel tiempo. Mientras que los cien denarios eran una cifra bastante realista: con 200 denarios se podía comprar algo de pan, pero no para muchos (cf. Mc 6, 37); con trescientos, se podía comprar un buen perfume (cf. Mc 14, 5).

Los diez mil talentos representan el precio que Dios ha pagado por nosotros: la pasión y muerte de su Hijo Jesucristo, con cuya sangre hemos recibido la gracia del perdón, de la salvación, de la resurrección y la vida eterna. Los cien denarios son el precio que nosotros tenemos que pagar para ser dignos de esa herencia: cien denarios en forma de capacidad de perdón, de paciencia y misericordia, de comprensión, incluso de disposición a sufrir algo por nuestros hermanos.

A veces los cien denarios nos parecen mucho, demasiado, setenta veces siete, y no estamos dispuestos a perdonarlos, amparándonos incluso en actitudes justicieras: exigimos, al fin y al cabo, lo que realmente nos deben; pero, si lo comparamos con lo que Dios nos ha regalado y perdonado en Jesucristo (diez mil talentos, bienes que superan toda medida, y que pregustamos ya en la comunidad, la Iglesia, los sacramentos, el amor fraterno), comprendemos que no es demasiado lo que se nos pide. Dios nos perdona siempre, también cuando repetimos una y otra vez el mismo pecado, siempre y cuando nos arrepintamos del pecado y hagamos el propósito de no pecar; ¿no hemos de reflejar en nosotros mismos, siquiera a pequeña escala (cien denarios) esa desmesura (diez mil talentos) de misericordia?

En Cristo,

Diac. José Bismar Villagra Barrera

Reflexión del Evangelio del día, Lucas 6, 36-38.

Lunes 06 de marzo de 2023

II Semana de Cuaresma.  Ciclo A.

Reflexión del Evangelio del día, Lucas 6, 36-38.

Por el Padre Asdrubal de Jesús Zeledón.

Queridos hermanos y amigos, el Evangelio de este día, Jesús nos refleja el actuar de Dios Padre. “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso”. Dios no juzga, como suele juzgar el hombre de nuestro tiempo, Dios ha tenido misericordia perdonando nuestros pecados, en cambio, el hombre juzga injustamente. Hagamos nuestra la invitación de Dios, seamos misericordiosos.

Si Dios nos ha perdonado, yo indigno pecador, debo perdonar al que me ofende, y lo recitamos en el Padre nuestro, perdona nuestros pecados, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. (Mt 6, 12)  Esto no puede pasar de desapercibido, sed misericordioso, no juzgue, perdone, y para lograr esto, Jesús nos ha dado la clave,  sean misericordiosos. Dios a todos nos ha amado, y nos ama sin condiciones, un amor incondicional y gratuito.

A todos, Dios nos ha perdonado, una y otra vez, nos ha levantado de nuestro propio fango, si Dios lo hecho, conmigo y contigo, usted lo tendrá que hacer con sus semejantes (prójimo).  “Sus muchos pecados son perdonados, porque amó mucho, más a aquel a quien se le perdona poco, poco ama” (Lc 7, 47) Todos hemos experimentado su perdón y su misericordia, su amor es increíble, vivamos este amor, que se traduce a misericordia y perdón.

Si deberás hemos sentido la misericordia de Dios, tendremos que ser misericordiosos, perdonar siempre y juzgar con misericordia, ayudando al otro para que encuentre el amor que no ha sido encontrado, Jesús. La cuaresma es tiempo de conversión, ¿he sido misericordioso? ¿Ha perdonado de corazón? Que Dios nos conceda la gracia de vivir la plenitud de su misericordia, ofreciendo cada uno la ayuda oportuna para vivir el mandamiento del amor, ama al prójimo como a ti mismo.  Cfr. Mt 22, 37.  Para bien de la Iglesia y nuestra propia salvación. Que así sea.

Reflexión del evangelio de hoy Martes de la séptima semana del tiempo Ordinario

En el evangelio de hoy vemos dos actitudes muy contrarias, una es la de Jesucristo anunciando a sus discípulos el gran misterio Pascual, su muerte y resurrección, es decir, anunciando la gloria y la Vida Eterna. Por otro lado, están sus discípulos pensando en las cosas mundanas, en el éxito aquí en la tierra, sin hacer mucho caso a lo que Jesús les está comunicando; nos dice el evangelio “por miedo” no le preguntan, posiblemente por miedo al sufrimiento, ya que sólo escucharían la palabra muerte y no resurrección.

Esta actitud de los discípulos nos interpela, pues algunas veces somos como ellos, ya que nos quedamos en el Viernes Santo y no pensamos en el Domingo de Resurrección, y otras tantas veces también vivimos centrados en el éxito que nos da el mundo y nos olvidamos que estamos hechos para el Cielo, que este mundo se pasa y la gloria que recibimos aquí abajo no sirve de nada. Todo es vanidad.

La gran tentación a la que se enfrenta el ser humano es a la ambición y al deseo de poder, de querer ser el primero y más que nadie. Sin embargo, Jesucristo nos esté indicando otro camino muy distinto y es que para ser el primero hay que ser el último y el servidor de todos, es decir, Jesús nos invita a vivir con humildad, que es desde donde conectamos con Dios. La humildad nos hace estar más atentos a los demás que a nuestras propias necesidades.

A los sencillos y a los pequeños se les revela el verdadero sentido de la vida y la felicidad. Los últimos en este mundo son los primeros en el Reino de los Cielos.

Qué el Señor nos regale el don de la humildad para estar al servicio de nuestros hermanos siempre. “Quien pierde su vida la gana”.

En Cristo,

Diác. José Bismar Villagra Barrera

REFLEXIÓN DEL EVANGELIO

MARTES DE LA SEXTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

REFLEXIÓN DEL EVANGELIO

Ayer en el evangelio leímos la respuesta, casi cortante, que da Jesús a los fariseos que le pedían una señal del cielo: «¿Por qué pide esta generación una señal? Os aseguro que a esta generación no se le dará señal alguna». En realidad, Jesús acaba de dar una señal: es la señal del pan partido y multiplicado en ambas orillas del lago, para Israel y para los gentiles. No se dará ninguna otra señal a esta generación, ni a todas las generaciones, a no ser la pequeñísima señal del pan partido por todos, de la eucaristía.

Este pasaje nos habla que los discípulos se habían olvidado de llevar comida y solo tenían un pan en la barca. Estaban hablando que no tenían pan. El Señor les advierte sobre la levadura de los fariseos y la de Herodes; pero ellos solo piensan en que no tienen pan. El Señor les recuerda los milagros de la alimentación de las multitudes para que logren entender. Sus mentes están embotadas. Su objetivo es proyectarlos hacia adelante teniendo como base un principio que no deben negociar: “Tengan cuidado; ¡ojo con la levadura de los fariseos y con la de Herodes!

La levadura es agente de fermentación, y en este pasaje agente de corrupción. Es mala influencia, elemento de corrupción que penetra en cualquier masa. Jesús es el pan, pero los religiosos representan la levadura. Jesús es el pan como lo fue el maná que sustentó al pueblo en el desierto, vida en plenitud. La levadura de los religiosos es la preocupación morbosa en mantener el control sobre la religiosidad del pueblo a través de la reglamentación.

Cuidado con la religión que no ve el fondo. Cuidado cuando estamos más preocupados en ser dirigentes, pero, no en que la gente sea libre en Cristo. La levadura de los Fariseos representaba la hipocresía, la piedad mal entendida convertida en legalismo, la justicia sin la misericordia. Es alejarnos de la gracia, del amor, de la gratitud, del respeto al otro para caer en el abuso del poder.

La levadura de Herodes representa una sociedad sin Dios, secular, sin necesidad de depender de Dios, resolviendo los problemas a su juicio, añadiendo los valores del sistema vigente o mundano, mentir, aceptar por bueno lo que es malo, inmoralidad sexual, corrupción, poder, libertinaje, manipulación, resultados exitistas sin Dios. Es decir, el “mercado manda” y seguimos sus reglas postrándonos ante sus métodos. Cuidado con el poder del imperio. Cuidado con el sistema.

El mero crecimiento numérico se ha tornado un objetivo en sí, y para muchos, “el objetivo justifica los medios”. La gran multiplicación, números y porcentajes no son sinónimos de “transformación”. Somos llamados a formar “comunidades eclesiales” que reflejen el espíritu de reconciliación, aceptación, perdón y amor. El ejercicio del liderazgo en la vida de la Iglesia deberá estar marcado por el modelo del siervo sufriente y mostrar un contraste con el caudillismo y otras deformaciones causadas por el abuso del poder. Seguir a Jesús significa asumir su vida y misión.

Jesús les recuerda a sus discípulos que no deben preocuparse de la comida, el vestido y donde dormir. Nos proyecta a ser y hacer como Jesús cuando les dijo: “Crucemos al otro lado”. Toda la Iglesia es responsable de la evangelización de todos los pueblos, razas y lenguas. Este cumplimiento demanda el cruce de fronteras geográficas, culturales, sociales, lingüísticas y espirituales, con todas sus consecuencias.

“Todo hombre en todo lugar tiene el derecho otorgado por Dios, de escuchar, por lo menos una vez en su vida, la presentación clara del evangelio de Jesucristo, en su propio idioma y en una forma culturalmente sensible que le permita tomar una decisión al respecto”.

En Cristo,

José Bismar Villagra Barrera

Reflexión del Evangelio de San Marcos 8, 11-13.

Reflexión del Evangelio de San Marcos 8, 11-13.

Por el Padre Asdrubal de Jesús Zeledón Ruiz.

Queridos hermanos, los fariseos le piden una señal a Jesús, con tan solo su presencia, Jesús aprovecha la ocasión para enseñar que los signos, prodigios y milagros no son espectáculos, sino solidaridad, cercanía y compasión con el que sufre.

Todos los milagros realizados por Jesús, le acompañan los signos de fe, y aquí que traigo a memoria algunos signos: cuando se acercó el oficial romano a Jesús, impone las manos a su hija que estaba agonizando, cfr. Mt 8, 5-13, los enfermos que le traían, decían que les permitiese tocar el borde de su manto Cfr. Mt 14, 36; o cuando «Jesús pregunta al ciego, ¿Qué quieres que haga por ti?, que vea» (Mc 10, 51-52) La fe de la mujer cananea, que suplica a Dios, «Señor Hijo de David, ten compasión de mi hija que es atormentada por un demonio» (Mt 15, 21-22).

La fe nos mueve cristiano a pedir a Jesús un milagro, acompañado por acciones próximas, que han de generar confianza, a pesar de estar pasando un mal, confía plenamente en Jesús, todavía hay esperanza. La fe no puede depender de los milagros; al contario los milagros dependen de nuestra fe.

Que descubramos al Señor en las cosas sencillas, la comunidad cristiana convocada a vivir la Palabra de Dios, que podamos confesar a Jesús en la Eucaristía, en los sacramentos, Él ha sido el milagro, reconociéndolo en el débil, el prójimo, en el enfermo, Dios como Padre nos lo dio para que le reconociéramos presente en nuestra historia.

Para bien de la Iglesia y nuestra propia salvación. Que así sea.