Homilía Mons. Carlos Enrique Herrera G – 07 de agosto de 2022

Catedral San Juan Bautista-Jinotega

La lectura de hoy nos invita a retomar la identidad de hijos de Dios. Hijos de un solo padre. Nos anima con la presencia de la historia de salvación del pueblo de Israel.

En la carta a los hebreos también nos recuerda a José. Nos habla de grandes hombres de fe como Moisés que no era creyente, sin embargo, el Señor se le revela como el único Dios y en ese proceso de conversión es enviado a liberar al pueblo de la esclavitud social y espiritual y el Señor le acompaño. Moisés tuvo que tener muchos momentos difíciles para poder entender que Dios estaba con él y que le acompañaba en cada paso de ese llamado que le hizo para liberar a su pueblo. Este pasaje nos muestra como el Señor libera a este pueblo sin violencia, solamente con su mano poderosa cuidando durante el camino a Moisés en su paso por el desierto, y todo eso para una purificación porque era su pueblo. El Señor tenía que proteger a su pueblo, pero también tenía que purificarlo de su idolatría porque se volvían rebeldes ante el mensaje transmitido por Moisés. Pero Moisés y Aarón perseveraron, liberaron al pueblo de Israel y llegaron a la tierra prometida.

Es como la historia de Abraham. El Señor lo llama y le dice que deje lo que tiene, que se lleve a sus amigos y familia y emprendan camino a un lugar desconocido y Abraham obedece a la voz del Señor. El Señor también le prometió que sería un hombre de fe, y esa es la herencia de la que Dios le habla a Abraham, que de él descenderán muchos creyentes, y ahí nace la primera familia, el primer pueblo de creyentes.

También nos recuerda a Isaac, el hijo de Abraham. Esa también fue una fe probada por el Señor. Dios prueba nuestra fe. ¿Por qué la prueba? Porque no nos debemos dejar manipular por el mundo, por nuestro mismo ego. Por eso también a medida que pasa el tiempo nosotros sentimos que Dios nos exige más, por explicarlo de alguna manera. Pero esa exigencia es una exigencia necesaria para que nos apoyemos más en sus promesas y en su amor que en las cosas materiales y dejemos de centrarnos en nosotros mismos. Nosotros tenemos que apoyarnos en Dios, en ese Dios que se ha hecho cercano a través de Jesucristo. Es importante que sepamos todo esto para que vayamos entendiendo por qué pasan estas cosas.

Nosotros a veces nos alejamos del Señor, ponemos nuestra confianza y nuestros sentimientos en las cosas temporales. Nosotros tenemos que confiar en las realidades eternas, en las promesas del Señor porque Cristo nos ha hecho hijos. Él nos dice: “No tengan miedo”, y lo dice así porque él sabe que los apóstoles van a pasar por dificultades, por problemas y por persecuciones, por eso les dice: “Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo”.

Esas palabras no solo van para aquel momento, esas palabras fueron para todos y habla de cómo vivir y de cómo administrar nuestra fe y esta fe se administra viviendo siempre atentos a la escucha de los signos de los tiempos. ¿Qué nos quieren decir estos signos a nosotros? nosotros tenemos que ser cristianos que sepamos discernir los tiempos que vivimos, los acontecimientos, lo que nos pasa, el Señor nos habla a través de estos signos y a través de la Palabra. Lo importante es que nosotros tengamos una meta, si nosotros como cristianos no tenemos una meta y solo estamos viviendo por vivir, no estamos en nada. Nuestra meta siempre debe de ser buscar el Reino de Dios, y para llegar ahí tenemos que ser vigilantes, esto significa estar siempre en el camino del Señor, dejarnos guiar por él, por su espíritu y por su palabra.

Él ha dado todo por nosotros, nos ha hecho entrar en ese pueblo elegido desde el bautismo y nos sigue alimentando con su palabra, con la Eucaristía y nos sigue manifestando su misericordia a través del sacramento de la reconciliación. Esto es algo que tenemos que ir madurando en nuestra vida.

Es muy importante que nosotros los adultos enseñemos el camino a los jóvenes de hoy. Hoy los jóvenes están en una crisis tremenda porque escuchan tantas cosas que les abre un apetito puramente humano, carnal por las fuerzas externas como la fuerza económica. Hoy todo es economía, hay personas que cada vez quieren tener más y más y nos toma a nosotros como esclavos. Tenemos que ponernos a pensar que toda esta publicidad material nos tiene como esclavos, cualquiera de nosotros puede caer en esa trampa.

Liberarnos de eso es estar con el Señor. Es estar vigilantes, es saber administrar nuestra dignidad como cristianos, nuestro bautismo, la comunión que nosotros recibimos. Es aprender a valorar nuestra dignidad como hijos de Dios.

El señor viene y no nos damos cuenta. El Señor nos da una gracia, nos da la fe como comienzo de la vida, nos quiere dar más amor para que vivamos como hermanos, nos quiere dar más esperanza, pero nosotros no abrimos el corazón, por eso quedamos vacíos.

Hay personas que dicen: “Voy a misa, pero vuelvo igual que como entre” y ¿Por qué? Porque no abrimos el corazón a la gracia que el Señor nos da, a la palabra que nos da. No tenemos que salir peores que antes de haber entrado a la misa, ni mucho menos igual. Sino que esa palabra que hemos escuchado la podamos hacer vida. Eso es lo que el Señor nos dice, que perseveremos, que vivamos en la fe y que esa fe se vaya fortaleciendo en nosotros. En cada aventura, en cada prueba, en la enfermedad, en cualquier situación que nos encontremos, nuestra fe debe de ser inquebrantable como la fe de Moisés, de Abraham, la de Isaac, la de Aarón y la de Jacob.

Esa prueba que el Señor le hizo a Abraham de pedirle que le entregara a su único hijo, fue una prueba dura. ¿Y qué le dijo Abraham?: “Aquí está Señor”. Y lo ofreció. Entonces Dios viendo su fe y su confianza le dijo: No. Este es tu hijo y tendrá mucha herencia en la fe.

Nosotros somos hijos predilectos de Dios, elegidos desde el bautismo. Por eso no debemos de perder nuestra orientación, nuestra vida y nuestra dignidad, sino confirmarla a través de los medios que el Señor nos ha dado.

Que Dios les dé el don de la perseverancia.

Así sea.

Homilía Mons. Carlos Enrique Herrera Gutiérrez

Catedral San Juan Bautista-Jinotega

31 de julio de 2022

Las tres lecturas de hoy tienen mucha relación, partiendo desde la primera lectura de Eclesiastés. Este libro fue escrito en el siglo tercero A.C. Viene de un contexto de las destrucciones del pueblo de Israel por los enemigos. Tantas luchas, tantos trabajos que de pronto eran destruidos. A raíz de esas destrucciones el escritor sagrado ve que el trabajo enfocado a una vida puramente material es una vida llena de vanidad y superficialidad.

Nosotros también nos preguntamos hoy a través de las guerras, terremotos y otros desastres que hemos vivido y nos hacen pensar: “¿Y para qué?, ¿Para qué tanto sacrificio?, ¿Por qué tanto trabajo?”. Pero estas preguntas nos deben servir para reflexionar, más a aquellos que se matan trabajando sin Dios, sin proyección social e incluso familiar y se vuelven como el hombre que le pedía a Jesús que le dijera a su hermano que compartieran la herencia. ¡Cuántos pleitos y divisiones en la familia existen a causa de las cosas materiales! ¿Y por qué? Porque alguien se apega a lo material, al poder, y no le importa que sea su hermano y es ahí donde cobran fuerza esas exhortaciones que nos hacen hoy las tres lecturas: 1- No apegarnos a las cosas materiales. 2- No caer en la codicia, en el deseo de amontonar riqueza a costillas de los demás, queriendo sobrepasar siempre a los demás con injusticias.

Eso es lo que nos dice el Señor hoy y San Pablo lo vuelve a remarcar cuando nos dice: “Nosotros que hemos resucitado en Cristo somos hombres nuevos, convertidos y no podemos ni debemos actuar como los paganos, no podemos poner nuestra confianza solo en los demás y en lo material sin tener a Dios”. Debemos enfocar nuestra vida en los valores, las bienaventuranzas, las virtudes del reino, eso es lo que debemos de anhelar día a día. Así que hermanos, no podemos estar arraigados a las cosas puramente temporales.

Esto tampoco quiere decir que no trabajemos, como algunos que no trabajan y se quedan en la calle de en medio. Es trabajar porque necesitamos de los bienes temporales, pero la necesidad no debe convertirse en avaricia de ya no tener tiempo ni siquiera para uno mismo, para la vida espiritual, muchas veces se nos olvida nuestra vida de fe, de amor, de todo nuestro ser espiritual.

El Señor nos ha eso una promesa, él nos promete y nos invita a un reino eterno, a una vida eterna. Vivamos como hijos de Dios. Como hombres nuevos que han sido renovados por la gracia y la misericordia del Señor. Vivamos esta verdad.

Nosotros podemos ver en las noticias esos sucesos tan fuertes de guerra por unos cuantos hombres que quieren gobernar el mundo. Ese es un pecado muy grave, el querer apoderarse de naciones, de pueblos, y todo esto trae como consecuencia una situación de crisis por unos cuantos, por eso tenemos que orar por la conversión de estas personas porque solamente piensan en su poder, en sí mismos, y no son capaces de pensar en el bien de los demás. Porque quiénes han llegado a esa posición de poder, deben utilizarla para servir, no para destruir, no para ponerse en contra de los derechos y de los deberes del hombre.

Entonces hermanos, tenemos que orar para no caer en esa trampa. Tratemos siempre de ser justos unos con otros, de compartir los bienes que el Señor nos regala y con lo que nos bendice para nuestro bien. Seamos generosos en nuestra vida.

Quedémonos con estas palabras que Jesús le dice al hombre que quería seguir acumulando: “Esta noche vas a morir”, “¿Para quién queda todo eso?” porque alrededor nuestro vemos personas que trabajan y trabajan, hacen grandes cosas y pierden su vida espiritual, pierden el reino de Dios por las cosas materiales. Guardemos estas palabras de advertencia, de consejo.

Tratemos de vivir y estar contentos con lo que el Señor nos da, sin meternos en el ambiente de la corrupción que rodea incluso a los pueblos más pobres.

Tenemos que buscar, aunque seamos pobres ser siempre honestos y dignos y buscar siempre la voluntad de Dios.

Así sea.

Homilía Mons. Carlos Enrique Herrera, domingo 5 de junio del 2022. Fiesta de Pentecostés

Homilía Mons. Carlos Enrique Herrera

Solemnidad de Pentecostés 

Catedral San Juan Bautista-Jinotega 

05 de junio, 2022

La noche de ayer en la vigilia nos preparábamos para recibir la cumbre de la semana pascual con la promesa del Señor, la venida del Espíritu Santo. Ya hemos escuchado las lecturas donde se habla de este momento tan importante y de un milagro tan especial como es el momento en el que los apóstoles predicaban y podían ser entendidos por las diferentes personas hablantes de diferentes lenguas que llegaban a Jerusalén. Jerusalén era un centro de mucho movimiento comercial, por eso llegaban personas de muchos lugares como Roma y Grecia. Personas de diferentes culturas. Fue prácticamente visto como un fenómeno, porque todos entendían lo que Pedro hablaba sobre Jesús, referente a la conversión, a la vida nueva. 

¿Qué quería el Señor hacer con esto?, primero que creyeran que los apóstoles eran los enviados del Señor, de un Dios que es el Dios de todos los pueblos, de todas las naciones y también para que los mismos apóstoles vieran que él no solo venía para el pueblo de Israel, sino que él fue enviado por el padre para llevar esta buena noticia a todos los pueblos. Incluso no solo ellos de forma personal, sino de generación en generación, siempre a través de este ministerio apostólico. Así es como la Iglesia católica se instituye en todas las naciones, en lugares difíciles, donde hay persecución. Ahí se siembra la semilla de la vida, la semilla del verbo de Cristo resucitado. 

Vemos lo importante que es esta universalidad de la Iglesia, que desde el momento que el Señor les abre y derrama su espíritu, como dice San Pablo: “No solo a los judíos, sino a toda la humanidad”. Entonces hermanos, sintamos y creamos que estamos en la verdad, y esa verdad la tenemos que defender con nuestro testimonio, sintiendo que el Señor está con nosotros, que el Espíritu Santo está con nosotros y que debemos siempre buscar como renovar esa presencia del espíritu de Dios, porque estamos en el mundo, pero podemos renovarla a través de los sacramentos, a través de la oración, especialmente invocando constantemente al Espíritu Santo. 

Ya lo decía San Pablo: “Ese Espíritu Santo que habitó en Cristo y habita en su divinidad con Dios, habita también en nosotros. Por ese espíritu el Señor nos resucitará a una vida nueva ahora y después de la muerte”. Es importante hacer conciencia de la acción del Espíritu Santo en nosotros y dejarlo que actúe. En el altar tenemos representados los dones del Espíritu Santo que derrama sobre cada uno de nosotros según el llamado personal de cada uno. Es importante que los cultivemos con la oración. El don de la sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Inculquemos en los pequeños el santo temor a Dios, no como un temor a un Dios castigador y vengativo, sino como un Dios que ama pero que cuando los dejas de amar te convertís en esclavo, morís a ese amor, a la libertad que tenemos como hijos de Dios, se muere también a la confianza en el prójimo. El temor de Dios es apartarnos del pecado para no vaciarnos de su divinidad. Cuántas veces nos hemos sentido desanimados, débiles, nos cuenta mucho seguir adelante con la cruz de cada día. Invoquemos al espíritu y pidámosle que venga en nuestro auxilio y él nos dará esa fuerza. 

Jesús se acerca a los apóstoles temerosos, encerrados en sí mismos por miedo a los judíos, los visita y les saluda diciéndoles: la paz esté con ustedes. ¿Qué significa paz? La paz significa la mejor bendición que Dios puede darle a una persona y esa bendición es derramar su espíritu sobre ellos. Espíritu de valentía, Jesús les dice: “Reciban el Espíritu Santo” y les da otro mandato, para bien de todos: “A los que ustedes les perdonen sus pecados, les quedan perdonados, en cambio, si no les perdonan los pecados, no les serán perdonados”. Cuando una persona vive en pecado mortal, y no se arrepiente y no quiere salir del pecado, no se le puede perdonar. Tiene que salir del pecado para ser perdonado. Hasta que venga arrepentido, hasta que venga decidido a abandonar ese pecado mortal, entonces podrá entrar en la gracia, en la reconciliación con el Señor. 

No ser dócil al Espíritu Santo, no invocarlo, ser indiferente, es un pecado mortal. ¿Por qué? Porque el Espíritu Santo es el amor del padre y del hijo. La plenitud de la revelación viene con la acción del Espíritu Santo que se derrama para todos y que se nos ha dado a través de la Iglesia en los sacramentos del bautismo y la confirmación. Cuando el sacerdote habla en la consagración y dice: “Este es mi cuerpo que será entregado por ustedes, esta es mi sangre”. En ese momento el Espíritu Santo está actuando. 

Vivamos con convicción, con fe, con confianza, con caridad y con amor estos grandes dones que el Señor nos ha regalado.  

 

Homilía Mons. Carlos Enrique Herrera Catedral San Juan Bautista-Jinotega 22 de mayo, 2022

Homilía Mons. Carlos Enrique Herrera

Catedral San Juan Bautista-Jinotega

22 de mayo, 2022

 

La Palabra de hoy de este domingo es precedida por el Espíritu Santo. Si hemos escuchado las lecturas, en la primera se habla siempre de ese gran acontecimiento que nos narra los hechos de los apóstoles, de esa comunidad cristiana que va creciendo cada día, pero también en la que el demonio va poniendo sus trabas, y no es fácil salir de la tradición, menos para los judíos, salir de esa ley de Moisés, pero aún más cuando el espíritu de la ley de Moisés ve ciertas cosas como ritos como un signo de esa alianza con el Señor, por eso entonces los judíos querían imponer a los conversos del paganismo este rito de la circuncisión y otras cosas más, entonces se reúnen los apóstoles al ver esta situación para discernir e invocar al Espíritu Santo y decidir cuál iba a ser la resolución, cuál iba a ser el mandato para que los judíos pudieran entender que no se podían imponer más leyes de las que ya estaban instituidas y las que el Señor enseñó en el espíritu del amor, de la conversión, y así pues; deciden enviar esa carta para que pudieran aclarar la situación e iluminarla.

La Iglesia a través del tiempo va dejándose conducir por el Espíritu Santo. Muchos sínodos, concilios son conclusiones que llegan a nosotros para discernir. Para nosotros el concilio vaticano II, fue un discernimiento, una acción del espíritu para entender, para abrir más las puertas a los paganos, a los incrédulos y llegar a un mejor entendimiento de la Palabra de Dios, como Jesús nos dice hoy.

A medida que el Señor nos va revelando, nuestro compromiso será más grande. En aquellos tiempos en el que se utilizaba el latín, comprendíamos m

uy poco las predicas e incluso las mismas homilías, pero ahora se nos ha dado todo, y por eso tenemos más compromiso de no solo escuchar la Eucaristía, sino que también guardarla en el corazón.

Jesús dice: “El que guarda mi palabra y la pone en práctica es porque me ama, el que no me ama no va a poder vivir según la Palabra de Dios” la intención de todo esto es el amor.

Entre esta realidad nos presenta la segunda lectura, esa ciudad nueva a la que nosotros tenemos que aspirar, la vida eterna. También ahí recordamos a muchos hermanos difuntos, que ya nos han presidido en la presencia del Señor. Y ¿Cómo es esa ciudad?, una ciudad luminosa, que ya no necesita de las energías naturales, de un lugar precioso y que tiene como revelación también que está fundamentada en los apóstoles, en los doce. Esto nos da seguridad a nosotros los católicos de que defendemos que la Iglesia está fundada en los apóstoles y que van dando esa iluminación que han generado esos apóstoles con el tiempo.

Es importante tener esa visión de un cielo nuevo, una tierra nueva, una nueva Jerusalén, esa Iglesia triunfante en la que ya todos nuestros santos y beatos están junto a la presencia del Señor, y en la que esperamos estar todos algún día si perseveramos, si le amamos, si cumplimos con su Palabra. No hay que perder la esperanza de llegar a esa ciudad nueva donde ya no habrá dolor ni sufrimiento ni injusticias, donde no habrá tiniebla, sino paz y gozo en el espíritu.

Jesús en la última cena le hace ver a sus discípulos que es una despedida, y les promete la vida eterna si lo aman. También les dice: “Vendremos nosotros, el Padre y yo, para posar en ustedes”. ¿Y cómo están presente hoy el Dios Padre y el Dios hijo en nosotros? A través del Espíritu Santo. Él ha tomado posesión desde nuestro bautismo y en los diferentes sacramentos y se hace actual en cada Eucaristía, esa presencia del Espíritu Santo, y es el único que nos puede dar esa paz, no la paz del mundo, que está llena de mentiras, de falsedades, sino esa paz plena que solo él la puede dar cuando nos dejamos iluminar, cuando dejamos que él tome posesión de nosotros, entonces ese Espíritu es el que nos da serenidad en medio de las pruebas, de las dificultades, de la persecución. Él es el que toma las riendas de nuestros sentimientos, de nuestras debilidades, de nuestros temores, es por eso que tenemos que invocar constantemente al Espíritu Santo para que venga en nuestra ayuda y nos ilumine, que sea nuestro abogado que sea el que nos diga qué tenemos que hacer en los momentos difíciles de esta vida.

Ya estamos prontos a celebrar Pentecostés, invoquemos al Espíritu Santo para que nos de sabiduría, paciencia, que nos de la gracia de ser verdaderos discípulos y misioneros del Señor en un mundo tan difícil en el que nos encontramos en un contexto de guerras grandes, por eso tenemos que orar mucho, para que la luz del espíritu y la fuerza del amor de Cristo que se dio para siempre, sea el que gobierne el mundo, pero depende de nosotros, de nuestro camino de conversión.

Nosotros también hoy tenemos que Evangelizar a este mundo de incredulidad, de injusticia. Tenemos que evangelizarlo primero con nuestra oración, pero también con nuestro testimonio y con la Palabra del Señor. A nosotros aún nos falta, no podemos dejar esta tarea solo al Obispo, al Sacerdote, al Religioso. Cada uno de nosotros hemos recibido el mismo Espíritu para poderlo anunciar a los demás.

Entonces hermanos comprometámonos con el Señor y con ese Espíritu que se ha derramado sobre nosotros.

Homilía de hoy.- Mons. Carlos Enrique Herrera.- Jueves 19 de mayo 2022

Homilía Mons. Carlos Enrique Herrera

Catedral San Juan Bautista-Jinotega

19 de mayo, 2022

Continuamos en los hechos de los apóstoles el caminar de los primeros apóstoles, tenían un problema de los paganos convertidos, pero los judíos entraban en celo, envidia y otras cosas más. Exigían que siguieran sus ritos y leyes, como la circuncisión y otras cosas más. Pero en la nueva enseñanza de la evangelización les hace ver a los apóstoles que no nos salvamos por ritos, sino que nos salvamos por creer en Jesús el salvador, como dice él: “Por guardar sus mandamientos, por seguir su ejemplo, por ser discípulos”, entonces los apóstoles tuvieron que reunirse porque estaban divididos.

La fuerza de los judíos que no querían salir de sus tradiciones e imponerse a los demás. Entraron en ese primer concilio. El discernimiento, la oración hicieron que llegaran a una conclusión: Que no se debía imponer a los recién convertidos los ritos, las tradiciones, sino más bien aquello que se identificaba con el ser cristiano, ser honesto, honrado, amar, vivir en la moral cristiana, pero no otras cosas.

Es importante ver cómo ha venido la iglesia en este proceso de discernimiento. El concilio vaticano II fue una gran acción del espíritu que nos abre a celebrar la Eucaristía en nuestro propio lenguaje para que todos podamos entender. La evangelización también más abierta a todos, el uso de la Sagrada Escritura, tantas cosas que el concilio vaticano nos ha abierto para que nos comprometamos a conocer más al Señor y para poderle responder como dice hoy el evangelio. Nos dice Jesús: “Yo les amo como el Padre me ha amado, así que también ustedes. Ámenme, y para amarme a mí aman al Padre, pero para esto hay que guardar los mandamientos”. Guardar es decir poner en práctica y vivirlos, esos mandamientos de la ley de Dios que están sintetizados en ese amor a Dios. “Amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con todo nuestro ser” y amar al prójimo.

Esto implica una obediencia. Obediencia que implica sacrificio. Pero como dice Jesús: “Esto se los digo para que mi alegría esté en ustedes”. A veces hoy la obediencia la miramos como una cruz pesada y no como un medio de entrar en ese amor al otro.

Esa relación entre los esposos que tienen que obedecerse, en el sentido del amor, de que todos se tienen que respetar, que tienen que serse fiel y de padre a hijo también y los hijos a los padres. Todos tenemos que estar en obediencia a la voluntad de Dios y Jesús dice: “yo he sido obediente a mi padre” y ya ustedes saben la vida de Jesús, esa obediencia lo que le costó: sacrificio, nacer pobre y morir en la cruz. Y nosotros por una cosita nos sentimos mal.

Sigamos la vida de Jesús en la obediencia, nacer pobre en un pesebre y morir en una cruz. Pero eso hizo que no se apartara nunca del amor del padre. El amor del padre le acompañaba, le daba fuerzas, alegría en medio del sufrimiento, y así por obediencia el padre le dio el poder de resucitar, de vencer la muerte y el pecado, vencer el mal y resucitar, salvarnos a todos con la alegría de la resurrección. ¡Qué bueno! entonces ese es el sentido de la obediencia, que nosotros vemos siempre como un malestar.

El amor y la obediencia van siempre unidos. Nadie puede amar si no obedece a la voluntad de Dios. No al capricho del otro, sino a la voluntad de Dios que es el amor. El amor implica sacrificio, abnegación. Un matrimonio si los dos no se entregan totalmente y si no mueren a su ego, a su sentimentalismo, no van a amarse. Tienen que sacrificar ese ego, todo ese sentimiento superficial para poderse amar y sentirse amado uno por el otro, sentirse realizado como matrimonio, como cristianos porque están siéndose fiel el uno al otro. Eso también va en todas las relaciones que tenemos nosotros también con el prójimo, aunque nos cuesta la aceptación, tengo que amarlo, tenemos que orar por él, tenemos que perdonarlo, tenemos que enseñarle ese camino también de amor para que un día pueda amar. Es algo importante en esas pocas palabras del Evangelio que Jesús nos dice hoy: “Cómo el padre me ha amado, así los amo yo” y así también ustedes amen, ámense y amen a Dios.

 Amen, obedezcan, vivan la obediencia de Dios, del Dios padre, del Dios hijo y del Dios Espíritu Santo que nos va llenando de su amor. Invoquemos al Espíritu Santo que es el amor del padre y del hijo y nos ayuda a obedecer, nos ayuda a tener más amor y así como dice Jesús que la alegría de él la podamos tener también tener nosotros.

Que Dios los bendiga a todos.