Homilía Mons. Carlos Enrique Herrera
Catedral San Juan Bautista-Jinotega
19 de mayo, 2022
Continuamos en los hechos de los apóstoles el caminar de los primeros apóstoles, tenían un problema de los paganos convertidos, pero los judíos entraban en celo, envidia y otras cosas más. Exigían que siguieran sus ritos y leyes, como la circuncisión y otras cosas más. Pero en la nueva enseñanza de la evangelización les hace ver a los apóstoles que no nos salvamos por ritos, sino que nos salvamos por creer en Jesús el salvador, como dice él: “Por guardar sus mandamientos, por seguir su ejemplo, por ser discípulos”, entonces los apóstoles tuvieron que reunirse porque estaban divididos.
La fuerza de los judíos que no querían salir de sus tradiciones e imponerse a los demás. Entraron en ese primer concilio. El discernimiento, la oración hicieron que llegaran a una conclusión: Que no se debía imponer a los recién convertidos los ritos, las tradiciones, sino más bien aquello que se identificaba con el ser cristiano, ser honesto, honrado, amar, vivir en la moral cristiana, pero no otras cosas.
Es importante ver cómo ha venido la iglesia en este proceso de discernimiento. El concilio vaticano II fue una gran acción del espíritu que nos abre a celebrar la Eucaristía en nuestro propio lenguaje para que todos podamos entender. La evangelización también más abierta a todos, el uso de la Sagrada Escritura, tantas cosas que el concilio vaticano nos ha abierto para que nos comprometamos a conocer más al Señor y para poderle responder como dice hoy el evangelio. Nos dice Jesús: “Yo les amo como el Padre me ha amado, así que también ustedes. Ámenme, y para amarme a mí aman al Padre, pero para esto hay que guardar los mandamientos”. Guardar es decir poner en práctica y vivirlos, esos mandamientos de la ley de Dios que están sintetizados en ese amor a Dios. “Amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con todo nuestro ser” y amar al prójimo.
Esto implica una obediencia. Obediencia que implica sacrificio. Pero como dice Jesús: “Esto se los digo para que mi alegría esté en ustedes”. A veces hoy la obediencia la miramos como una cruz pesada y no como un medio de entrar en ese amor al otro.
Esa relación entre los esposos que tienen que obedecerse, en el sentido del amor, de que todos se tienen que respetar, que tienen que serse fiel y de padre a hijo también y los hijos a los padres. Todos tenemos que estar en obediencia a la voluntad de Dios y Jesús dice: “yo he sido obediente a mi padre” y ya ustedes saben la vida de Jesús, esa obediencia lo que le costó: sacrificio, nacer pobre y morir en la cruz. Y nosotros por una cosita nos sentimos mal.
Sigamos la vida de Jesús en la obediencia, nacer pobre en un pesebre y morir en una cruz. Pero eso hizo que no se apartara nunca del amor del padre. El amor del padre le acompañaba, le daba fuerzas, alegría en medio del sufrimiento, y así por obediencia el padre le dio el poder de resucitar, de vencer la muerte y el pecado, vencer el mal y resucitar, salvarnos a todos con la alegría de la resurrección. ¡Qué bueno! entonces ese es el sentido de la obediencia, que nosotros vemos siempre como un malestar.
El amor y la obediencia van siempre unidos. Nadie puede amar si no obedece a la voluntad de Dios. No al capricho del otro, sino a la voluntad de Dios que es el amor. El amor implica sacrificio, abnegación. Un matrimonio si los dos no se entregan totalmente y si no mueren a su ego, a su sentimentalismo, no van a amarse. Tienen que sacrificar ese ego, todo ese sentimiento superficial para poderse amar y sentirse amado uno por el otro, sentirse realizado como matrimonio, como cristianos porque están siéndose fiel el uno al otro. Eso también va en todas las relaciones que tenemos nosotros también con el prójimo, aunque nos cuesta la aceptación, tengo que amarlo, tenemos que orar por él, tenemos que perdonarlo, tenemos que enseñarle ese camino también de amor para que un día pueda amar. Es algo importante en esas pocas palabras del Evangelio que Jesús nos dice hoy: “Cómo el padre me ha amado, así los amo yo” y así también ustedes amen, ámense y amen a Dios.
Amen, obedezcan, vivan la obediencia de Dios, del Dios padre, del Dios hijo y del Dios Espíritu Santo que nos va llenando de su amor. Invoquemos al Espíritu Santo que es el amor del padre y del hijo y nos ayuda a obedecer, nos ayuda a tener más amor y así como dice Jesús que la alegría de él la podamos tener también tener nosotros.
Que Dios los bendiga a todos.