Homilía Mons. Carlos Enrique Herrera G – 07 de agosto de 2022

Catedral San Juan Bautista-Jinotega

La lectura de hoy nos invita a retomar la identidad de hijos de Dios. Hijos de un solo padre. Nos anima con la presencia de la historia de salvación del pueblo de Israel.

En la carta a los hebreos también nos recuerda a José. Nos habla de grandes hombres de fe como Moisés que no era creyente, sin embargo, el Señor se le revela como el único Dios y en ese proceso de conversión es enviado a liberar al pueblo de la esclavitud social y espiritual y el Señor le acompaño. Moisés tuvo que tener muchos momentos difíciles para poder entender que Dios estaba con él y que le acompañaba en cada paso de ese llamado que le hizo para liberar a su pueblo. Este pasaje nos muestra como el Señor libera a este pueblo sin violencia, solamente con su mano poderosa cuidando durante el camino a Moisés en su paso por el desierto, y todo eso para una purificación porque era su pueblo. El Señor tenía que proteger a su pueblo, pero también tenía que purificarlo de su idolatría porque se volvían rebeldes ante el mensaje transmitido por Moisés. Pero Moisés y Aarón perseveraron, liberaron al pueblo de Israel y llegaron a la tierra prometida.

Es como la historia de Abraham. El Señor lo llama y le dice que deje lo que tiene, que se lleve a sus amigos y familia y emprendan camino a un lugar desconocido y Abraham obedece a la voz del Señor. El Señor también le prometió que sería un hombre de fe, y esa es la herencia de la que Dios le habla a Abraham, que de él descenderán muchos creyentes, y ahí nace la primera familia, el primer pueblo de creyentes.

También nos recuerda a Isaac, el hijo de Abraham. Esa también fue una fe probada por el Señor. Dios prueba nuestra fe. ¿Por qué la prueba? Porque no nos debemos dejar manipular por el mundo, por nuestro mismo ego. Por eso también a medida que pasa el tiempo nosotros sentimos que Dios nos exige más, por explicarlo de alguna manera. Pero esa exigencia es una exigencia necesaria para que nos apoyemos más en sus promesas y en su amor que en las cosas materiales y dejemos de centrarnos en nosotros mismos. Nosotros tenemos que apoyarnos en Dios, en ese Dios que se ha hecho cercano a través de Jesucristo. Es importante que sepamos todo esto para que vayamos entendiendo por qué pasan estas cosas.

Nosotros a veces nos alejamos del Señor, ponemos nuestra confianza y nuestros sentimientos en las cosas temporales. Nosotros tenemos que confiar en las realidades eternas, en las promesas del Señor porque Cristo nos ha hecho hijos. Él nos dice: “No tengan miedo”, y lo dice así porque él sabe que los apóstoles van a pasar por dificultades, por problemas y por persecuciones, por eso les dice: “Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo”.

Esas palabras no solo van para aquel momento, esas palabras fueron para todos y habla de cómo vivir y de cómo administrar nuestra fe y esta fe se administra viviendo siempre atentos a la escucha de los signos de los tiempos. ¿Qué nos quieren decir estos signos a nosotros? nosotros tenemos que ser cristianos que sepamos discernir los tiempos que vivimos, los acontecimientos, lo que nos pasa, el Señor nos habla a través de estos signos y a través de la Palabra. Lo importante es que nosotros tengamos una meta, si nosotros como cristianos no tenemos una meta y solo estamos viviendo por vivir, no estamos en nada. Nuestra meta siempre debe de ser buscar el Reino de Dios, y para llegar ahí tenemos que ser vigilantes, esto significa estar siempre en el camino del Señor, dejarnos guiar por él, por su espíritu y por su palabra.

Él ha dado todo por nosotros, nos ha hecho entrar en ese pueblo elegido desde el bautismo y nos sigue alimentando con su palabra, con la Eucaristía y nos sigue manifestando su misericordia a través del sacramento de la reconciliación. Esto es algo que tenemos que ir madurando en nuestra vida.

Es muy importante que nosotros los adultos enseñemos el camino a los jóvenes de hoy. Hoy los jóvenes están en una crisis tremenda porque escuchan tantas cosas que les abre un apetito puramente humano, carnal por las fuerzas externas como la fuerza económica. Hoy todo es economía, hay personas que cada vez quieren tener más y más y nos toma a nosotros como esclavos. Tenemos que ponernos a pensar que toda esta publicidad material nos tiene como esclavos, cualquiera de nosotros puede caer en esa trampa.

Liberarnos de eso es estar con el Señor. Es estar vigilantes, es saber administrar nuestra dignidad como cristianos, nuestro bautismo, la comunión que nosotros recibimos. Es aprender a valorar nuestra dignidad como hijos de Dios.

El señor viene y no nos damos cuenta. El Señor nos da una gracia, nos da la fe como comienzo de la vida, nos quiere dar más amor para que vivamos como hermanos, nos quiere dar más esperanza, pero nosotros no abrimos el corazón, por eso quedamos vacíos.

Hay personas que dicen: “Voy a misa, pero vuelvo igual que como entre” y ¿Por qué? Porque no abrimos el corazón a la gracia que el Señor nos da, a la palabra que nos da. No tenemos que salir peores que antes de haber entrado a la misa, ni mucho menos igual. Sino que esa palabra que hemos escuchado la podamos hacer vida. Eso es lo que el Señor nos dice, que perseveremos, que vivamos en la fe y que esa fe se vaya fortaleciendo en nosotros. En cada aventura, en cada prueba, en la enfermedad, en cualquier situación que nos encontremos, nuestra fe debe de ser inquebrantable como la fe de Moisés, de Abraham, la de Isaac, la de Aarón y la de Jacob.

Esa prueba que el Señor le hizo a Abraham de pedirle que le entregara a su único hijo, fue una prueba dura. ¿Y qué le dijo Abraham?: “Aquí está Señor”. Y lo ofreció. Entonces Dios viendo su fe y su confianza le dijo: No. Este es tu hijo y tendrá mucha herencia en la fe.

Nosotros somos hijos predilectos de Dios, elegidos desde el bautismo. Por eso no debemos de perder nuestra orientación, nuestra vida y nuestra dignidad, sino confirmarla a través de los medios que el Señor nos ha dado.

Que Dios les dé el don de la perseverancia.

Así sea.

Publicado en Homilía.

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