Homilía Mons. Carlos Enrique Herrera Catedral San Juan Bautista-Jinotega 22 de mayo, 2022

Homilía Mons. Carlos Enrique Herrera

Catedral San Juan Bautista-Jinotega

22 de mayo, 2022

 

La Palabra de hoy de este domingo es precedida por el Espíritu Santo. Si hemos escuchado las lecturas, en la primera se habla siempre de ese gran acontecimiento que nos narra los hechos de los apóstoles, de esa comunidad cristiana que va creciendo cada día, pero también en la que el demonio va poniendo sus trabas, y no es fácil salir de la tradición, menos para los judíos, salir de esa ley de Moisés, pero aún más cuando el espíritu de la ley de Moisés ve ciertas cosas como ritos como un signo de esa alianza con el Señor, por eso entonces los judíos querían imponer a los conversos del paganismo este rito de la circuncisión y otras cosas más, entonces se reúnen los apóstoles al ver esta situación para discernir e invocar al Espíritu Santo y decidir cuál iba a ser la resolución, cuál iba a ser el mandato para que los judíos pudieran entender que no se podían imponer más leyes de las que ya estaban instituidas y las que el Señor enseñó en el espíritu del amor, de la conversión, y así pues; deciden enviar esa carta para que pudieran aclarar la situación e iluminarla.

La Iglesia a través del tiempo va dejándose conducir por el Espíritu Santo. Muchos sínodos, concilios son conclusiones que llegan a nosotros para discernir. Para nosotros el concilio vaticano II, fue un discernimiento, una acción del espíritu para entender, para abrir más las puertas a los paganos, a los incrédulos y llegar a un mejor entendimiento de la Palabra de Dios, como Jesús nos dice hoy.

A medida que el Señor nos va revelando, nuestro compromiso será más grande. En aquellos tiempos en el que se utilizaba el latín, comprendíamos m

uy poco las predicas e incluso las mismas homilías, pero ahora se nos ha dado todo, y por eso tenemos más compromiso de no solo escuchar la Eucaristía, sino que también guardarla en el corazón.

Jesús dice: “El que guarda mi palabra y la pone en práctica es porque me ama, el que no me ama no va a poder vivir según la Palabra de Dios” la intención de todo esto es el amor.

Entre esta realidad nos presenta la segunda lectura, esa ciudad nueva a la que nosotros tenemos que aspirar, la vida eterna. También ahí recordamos a muchos hermanos difuntos, que ya nos han presidido en la presencia del Señor. Y ¿Cómo es esa ciudad?, una ciudad luminosa, que ya no necesita de las energías naturales, de un lugar precioso y que tiene como revelación también que está fundamentada en los apóstoles, en los doce. Esto nos da seguridad a nosotros los católicos de que defendemos que la Iglesia está fundada en los apóstoles y que van dando esa iluminación que han generado esos apóstoles con el tiempo.

Es importante tener esa visión de un cielo nuevo, una tierra nueva, una nueva Jerusalén, esa Iglesia triunfante en la que ya todos nuestros santos y beatos están junto a la presencia del Señor, y en la que esperamos estar todos algún día si perseveramos, si le amamos, si cumplimos con su Palabra. No hay que perder la esperanza de llegar a esa ciudad nueva donde ya no habrá dolor ni sufrimiento ni injusticias, donde no habrá tiniebla, sino paz y gozo en el espíritu.

Jesús en la última cena le hace ver a sus discípulos que es una despedida, y les promete la vida eterna si lo aman. También les dice: “Vendremos nosotros, el Padre y yo, para posar en ustedes”. ¿Y cómo están presente hoy el Dios Padre y el Dios hijo en nosotros? A través del Espíritu Santo. Él ha tomado posesión desde nuestro bautismo y en los diferentes sacramentos y se hace actual en cada Eucaristía, esa presencia del Espíritu Santo, y es el único que nos puede dar esa paz, no la paz del mundo, que está llena de mentiras, de falsedades, sino esa paz plena que solo él la puede dar cuando nos dejamos iluminar, cuando dejamos que él tome posesión de nosotros, entonces ese Espíritu es el que nos da serenidad en medio de las pruebas, de las dificultades, de la persecución. Él es el que toma las riendas de nuestros sentimientos, de nuestras debilidades, de nuestros temores, es por eso que tenemos que invocar constantemente al Espíritu Santo para que venga en nuestra ayuda y nos ilumine, que sea nuestro abogado que sea el que nos diga qué tenemos que hacer en los momentos difíciles de esta vida.

Ya estamos prontos a celebrar Pentecostés, invoquemos al Espíritu Santo para que nos de sabiduría, paciencia, que nos de la gracia de ser verdaderos discípulos y misioneros del Señor en un mundo tan difícil en el que nos encontramos en un contexto de guerras grandes, por eso tenemos que orar mucho, para que la luz del espíritu y la fuerza del amor de Cristo que se dio para siempre, sea el que gobierne el mundo, pero depende de nosotros, de nuestro camino de conversión.

Nosotros también hoy tenemos que Evangelizar a este mundo de incredulidad, de injusticia. Tenemos que evangelizarlo primero con nuestra oración, pero también con nuestro testimonio y con la Palabra del Señor. A nosotros aún nos falta, no podemos dejar esta tarea solo al Obispo, al Sacerdote, al Religioso. Cada uno de nosotros hemos recibido el mismo Espíritu para poderlo anunciar a los demás.

Entonces hermanos comprometámonos con el Señor y con ese Espíritu que se ha derramado sobre nosotros.

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