Originaria de Francia a su corta edad se convierte en religiosa vicentina, fue la santa que tuvo el honor de que la Santisima Virgen María se le apareciera para recomendarle que hiciera la Medalla Milagrosa y difundiera el mensaje que Dios nos tenía para la época de 1830.
La Medalla fue dada a la Iglesia en un periodo de grandes desórdenes y turbulencias que afectaron a Francia y a toda Europa, un periodo por tanto de grandes peligros también para la Iglesia.
Desde la Revolución Francesa (1789) en adelante, una cadena de conspiraciones, revueltas, guerras había alterado al continente. Y se concretó en una feroz persecución no sólo contra el clero sino contra toda la Iglesia.
Las revoluciones liberales intentaban separar los Estados de la Iglesia para transformarlos en instrumentos de guerra contra la religión.
En las dos ocasiones de su aparición alertó sobre los sucesos que pasarían con nuestra fe católica,
La virgen María le dijo:
«Hija mía, el buen Dios quiere confiarte una misión. Tendrás muchos sufrimientos, pero los superarás pensando que los recibes para glorificar al buen Dios. Conocerás el mensaje que te viene de Él. Serás rechazada, pero la gracia te ayudará. ¡Confía y no temas! Da cuenta de todo lo que veas y oigas».
En este punto, la Virgen añadió con una expresión muy triste:
«Los tiempos son malvados. Desgracias se abatirán sobre Francia, el trono será derribado, el mundo entero será alterado por desventuras de todo tipo. Pero venid a los pies de este altar; aquí se derramarán gracias sobre todos aquellos, grandes y pequeños, que las pidan con confianza y fervor».
Tras haberle hablado del futuro de su congregación, la Virgen retomó el tema:
«Habrá muertos, el clero de París tendrá víctimas, el monseñor arzobispo morirá. Hija mía, la Cruz será despreciada, la tirarán por tierra y correrá la sangre por las calles. Se abrirá de nuevo la herida en el costado de Nuestro Señor. Llegará el momento en que el peligro será tan grave, que creerán que todo está perdido. Hija mía, todo el mundo estará triste. Pero ¡tened confianza! Precisamente entonces yo estaré con vosotros; reconoceréis mi visita».
Pero la aparición más famosa fue la del 27 de noviembre de 1830. Estando por la noche en la capilla, de pronto vio que la Sma. Virgen se le aparecía totalmente resplandeciente, derramando de sus manos hermosos rayos de luz hacia la tierra. Y le encomendó que hiciera una imagen de Nuestra Señora así como se le había aparecido y que mandara hacer una medalla que tuviera por un lado las iniciales de la Virgen MA, y una cruz, con esta frase “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”. Y le prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esta medalla y recen esa oración. Y así fue que hasta el emperador de francia del momento llegó a usar la Medalla Milagrosa.
Santa catalina decidió llevar en anonimato ante la sociedad el encuentro que tuvo con la Santísima Virgen y llevar una vida de servicio y caridad en el convento. Hasta ese entonces solo conocían el evento su confesor y el arzobispo.
Fallecido ya su antiguo confesor, Catalina le contó a su nueva superiora todas las apariciones con todo detalle y se supo quién era la afortunada que había visto y oído a la Virgen. Por eso cuando ella murió, todo el pueblo se volcó a sus funerales (quien se humilla será enaltecido).
Poco tiempo después de la muerte de Catalina, fue llevado un niño de 11 años, inválido de nacimiento, y al acercarlo al sepulcro de la santa, quedó instantáneamente curado.
En 1947 el santo Padre Pío XII declaró santa a Catalina Labouré, y con esa declaración quedó también confirmado que lo que ella contó acerca de las apariciones de la Virgen eran totalmente ciertas.