La primera lectura ya nos ilumina sobre el Evangelio de hoy. Primeramente, nos muestra como el profeta nos revela que el Dios de Israel es un Dios para todas las naciones y para todos los pueblos de manera que no pueden quedarse solamente como un pueblo privilegiado, y eso es lo que ha pasado. Hoy hay una confianza que no es buena, sino más bien una seguridad que hace que se abuse de la confianza del Señor porque se fiaron de ser ese pueblo privilegiado al que el Señor se le reveló y el profeta juega un papel importante, porque él les va anunciando que las cosas no son así. Que no solo es él pueblo de Israel, sino todos los pueblos del mundo y que, a través de estos mensajeros del Señor, todas las naciones van a conocer a ese Dios único y verdadero que es el Dios de Israel y también les dice que van a llegar creyentes de todas partes a llevar ofrendas. Ofrenda significa la fe, el culto, el agradecimiento y la fidelidad a ese único Dios verdadero.
Pero el profeta también denuncia la infidelidad y la falsa confianza que tiene el pueblo que no quiere hacer camino, sino que quiere creer que ya está salvado por ser el heredero de Abraham, de Isaac y de Jacob. Y eso no es así, cada uno tiene que hacer camino, hacer ese encuentro con el Señor. La salvación es para todos, pero el camino es también de cada uno de nosotros. Tenemos que poner de nuestra parte y vivir la voluntad de Dios y es así la única manera en la que podemos encontrar ese camino al reino de Dios, al cielo.
Hoy Jesús nos habla de dos realidades, llegar a la meta que es el reino de Dios o quedarnos afuera. Ahí hace un poco de mención al juicio. Quiénes no creyeron, quiénes no vivieron bien, quiénes no se esforzaron para entrar por la puerta estrecha. El Señor nos da los medios para seguir el camino para llegar a esa puerta estrecha, debemos buscar a través de los mandamientos la voluntad de Dios cada día. Esforzarnos para vivir en un camino de conversión y dejando al hombre viejo y vivir siendo un hombre nuevo en Cristo. Siguiéndolo a él. Jesús nos dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. A él debemos de seguir, él es nuestro norte hacia donde tenemos que hacer camino.
Jesús no le dice al judío si son pocos o muchos, solo le invita a que entre por la puerta estrecha y al final también se refiere al judío y le dice que van a quedar afuera porque no escucharon la palabra, porque no creyeron en él que le estaba presentando el camino verdadero. Él nos habla de la salvación, pero también de la condenación que él mismo hombre busca por sí solo. Dios quiere salvarnos a todos, pero no todos respondemos con fe viva y con amor a Dios y al prójimo. Debemos de responder con una vida llena de esperanza en la que dejemos todo lo que nos apegue a este mundo, eso es lo que él Señor quiere de nosotros.
A veces nos encontramos contrariedades, como decía San Pablo en la carta a los hebreos. No despreciemos la corrección, la exhortación. Hoy más que nunca nos cuesta aceptar las correcciones. Dios no va a venir y nos va a corregir como lo puede hacer un padre de familia con su hijo. Dios se vale de las dificultades que nosotros tenemos en la vida, con eso el Señor permite que nos corrijamos para que pongamos toda nuestra confianza en el Señor.
Hoy podemos ver a muchas personas que tienen muchos bienes y se enfrentan a muchas situaciones difíciles comienza a murmurar de Dios y le echan la culpa al Señor. Pero el mal no viene del Señor. Viene del hombre que va haciendo injusticias, que no comprende al otro por su egoísmo y su soberbia. Todas esas cosas que se derraman y llegan a afectar a otras personas para hacer el mal. El Señor nos llama a construir un reino de paz, de amor, de solidaridad, un reino en el que podamos ayudarnos mutuamente. Eso es a lo que el Señor nos manda, a ser constructores del bien para todos y así Dios nos va a premiar al final. Vivamos hermanos esa realidad. Nuestra meta no es ni debe de ser este mundo, nuestra mete debe de ser el reino de Dios.
Dios vino entre nosotros y venció la muerte y el pecado. Por lo tanto, estamos llamados a ser coherederos con él del reino. ¿Cuánto pensamos nosotros en la vida eterna? Porque muchos solo pensamos en esta vida. En tener, en el trabajo para así poseer y estar mejor que el otro. Nos llenamos de lujos, nos volvemos consumistas a veces hasta decimos que como el otro tiene yo quiero tener también y eso para muchos es la felicidad. Y el Señor nos dice que no, que esa no es la verdadera felicidad. La felicidad está después de esta muerte en este mundo.
Tenemos que anhelar, soñar y construir ese reino desde ya en nuestros corazones y en esta sociedad en la que estamos viviendo y eso tenemos que enseñarle a los niños y a los jóvenes porque a veces ellos solo ven y creen en el mundo ficticio que les presentan las redes sociales y el internet, es así como empiezan a creer en un mundo falso que no lleva a la felicidad y somos nosotros los que tenemos la responsabilidad de enseñarles que este mundo no es el de la real felicidad. Que en este mundo solo somos peregrinos, forasteros que simplemente están de paso. Que se puede y se debe ir construyendo un mundo mejor con las virtudes de la paciencia y la fe en el Señor, llevando la cruz de cada día para caminar con Cristo.
Que Dios nos conceda esa gracia de perseverar y no atarnos a este mundo, sino que seamos peregrinos imitadores de Jesús en este camino de la vida.
Así sea.