Martes de la décima quinta semana del tiempo ordinario

De nuevo Jesús insiste, ahora desde otro ángulo, en la resistencia a la conversión. Seguramente, si somos honestos, nos daremos cuenta que han sido diversas ocasiones, a lo largo de nuestra vida o en la de algunos hermanos, en las cuales hemos sido conscientes del paso de Dios por ella.
No podemos negar que Dios ha operado en nosotros signos y prodigios (si revisamos con atención nuestra historia, reconoceremos lo visible de las maravillas de Dios). Por ello, el Señor nos invita a reflexionar hoy en cómo hemos y estamos respondiendo a estas gracias, a esta actuación continua y salvífica de Dios.
No podemos mantenernos indiferentes a la acción de la gracia, a la invitación de Jesús a cambiar de vida y a consagrársela a él. Jesús espera de cada uno de nosotros una respuesta generosa, ¿estaremos dispuestos a dársela?

En Cristo,
Diác. José Bismar Villagra

Martes de la décima cuarta semana del tiempo ordinario

En este mundo individualista, en el que muchos de nuestros hermanos viven sólo para sí mismos, sin ver a los demás, Jesús nos recuerda que no estamos ni viajamos solos. Jesús vio a todas estas personas que necesitaban de alguien que los instruyera, que los ayudara a mejorar su vida, a descubrir y construir el Reino de los cielos, y dice la Escritura que: «Tuvo compasión de ellos».

Si la evangelización y la promoción social, a la que nos invita el Evangelio, no avanza como debiera, es porque a muchos de los cristianos nos falta «sentir compasión» de aquellos que no conocen la verdad del Evangelio, porque sólo pensamos en nosotros mismos, porque es suficiente que yo conozca a Jesús, me reúna con mis hermanos a orar y a dar gloria a Dios, sin pensar que, también nosotros, somos el medio para que otros lo conozcan y lo amen; porque si el Evangelio se separa de la caridad y del servicio, se convierte en una filosofía.

Debemos orar al Señor que envíe operarios a la mies. Sí, pero sería más importante, al menos en estos momentos de la historia, orar para que el Señor nos haga reconocer, en nosotros mismos, a estos operarios, para que el Señor verdaderamente mueva nuestro corazón a la compasión por los demás y al celo por el Evangelio.

En Cristo,

Diác. José Bismar Villagra

Martes de la décima segunda semana del tiempo ordinario.

“Entrad por la puerta estrecha”

En el Evangelio de hoy, Jesús nos habla del trato y la relación con los demás, de una puerta estrecha y de un camino que conduce a la vida.

“No deis lo santo a los perros”. Perecen duras estas palabras, pero con ello, Jesús advierte a sus discípulos para que no desperdicien lo bueno, lo valioso, en cosas que no tienen fruto. Muchas veces perdemos la paz porque intentamos dar una imagen de nosotros ante los demás, para ser aceptados y amados. Y se nos va la vida en ello, las apariencias, la superficialidad, el hacer “lo que todo el mundo hace” para no desentonar. Esto sólo conduce al cansancio y al vacío interior. Nunca es suficiente porque siempre necesitamos el cariño y la aceptación de los que nos rodean. ¿Qué es lo santo que hay en nosotros? Lo que Dios ha puesto en nuestro corazón, los dones que nos ha regalado, Dios ha puesto dentro de nosotros un anhelo profundo de vida eterna y plenitud, nos ha dado como dones la alegría, la libertad, la entrega, la generosidad. Cuando empleamos todo esto en lo que realmente vale la pena, es decir, cuando nuestros dones no los usamos egoístamente para nosotros mismos, si no que somos capaces de darnos a los demás en todo lo que hacemos, sin reservas, sin doblez de corazón, y sin intereses, experimentamos que éste es el camino que conduce a la vida.

Cristo también dice que “muy pocos dan con este camino”, y es que este camino resulta en ocasiones duro, y la puerta para entrar en la verdadera vida, es estrecha. A veces hemos de dejarlo todo atrás y guiarnos por completo de la Providencia de Dios, tal como hizo Abran saliendo de su tierra para cumplir el designio que Dios tenía pensado para él. Para nosotros, que caminamos en este seguimiento de Jesús, el dejarlo todo atrás no es un acto cargado de lamentos y resignación, sabemos que dejamos todo, para ganarlo Todo, que es Dios mismo, dejamos atrás muchas cosas, por un Bien mayor, que nos colma de felicidad y alegría perpetua.

Dios ha trazado un camino para ti y para mí, un camino que conduce a la Vida, al Cielo. Cristo, con su ejemplo, con su vida, con su muerte y Resurrección, nos muestra el amor que Dios nos tiene.

En Cristo,

Diác. José Bismar Villagra Barrera

 

Crédito de imagen: https://radiomaria.org.ar/programacion/la-puerta-estrecha-la-puerta-que-conduce-al-reino/

Reflexión del Evangelio de San Marcos 12, 41-44.

Jueves, IX del Tiempo Ordinario. Ciclo. A.

Autor. Padre Asdrubal de Jesús Zeledón Ruiz.

Queridos hermanos, el Evangelio de este día Jesús, nos muestra un ejemplo de desprendimiento, una pobre viuda, entrega de corazón todo que tiene para vivir.

Jesús frente a esta acción, nos regala una gran enseñanza para no buscar acumular sus bienes. Los ricos se creen generosos por dar algo, y algunos dan de los que les sobra, los letrados ante el público buscan la ostentación, incapaces de entregarse al prójimo.

La viuda da todo cuanto tiene

Jesús entando frente a ella, «ve echar en el alcancía dos monedas de poco valor» Mc 12, 42, prácticamente nada. Pero ella, da todo lo cuanto tenía, Jesús no piensa en grandes cantidades sino la intención que dar lo único que tiene. La pobre viuda, se desprende de todo, tiene un corazón puro, se entrega a Él por completo.

Antiguamente la mujer no tenía protagonismo, más aún sin su marido, era excluida de la sociedad, el marido era su única fuente de ingreso para poder sobrevivir.

Dar con generosidad

Jesús asegura a sus discípulos y les dice: «esa pobre viuda ha dado más que todos los demás» v. 43. Cada uno de nosotros tenemos que aprender a dar con generosidad. Esta mujer, no da lo que le sobra sino que pone en manos de Dios lo que tiene. Cuando la fe se vuelve pasión, cautiva la mente, el corazón y la voluntad de servir y entregar a Dios todo lo que tiene.

Para bien de la Iglesia, y nuestra propia salvación. Que así sea.

REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DE HOY MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA.

El Evangelio nos sitúa en lo que es la esencia de la misión y nos hace ver cuál es el fundamento de donde surge la invitación a predicar por todo el mundo. Es el encuentro con Jesús muerto y resucitado el que suscita en el corazón de cada uno la necesidad de compartir esta Buena Noticia con los demás.

Predicar el Evangelio es la consecuencia de experimentar en nuestras vidas que Cristo ha resucitado; que hay una Creación nueva; que nosotros hemos renacido con él por el bautismo. De ahí es de donde nace el envío: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio”. Si no hemos experimentado esto ¿qué vamos a anunciar?

Y este encuentro transformador da valor a todo lo demás. Los signos que nos acompañen serán eso: confirmaciones, señales que corroboren nuestra palabra y testimonio, pero no la esencia del mensaje que predicamos. Jesús nos asegura que él no nos faltará y su poder se hará manifiesto. Pero lo maravilloso no será lo esencial de nuestra predicación o, mejor dicho, lo más maravilloso no será necesariamente espectacular.

No olvidemos que el acontecimiento más trascendental de la historia, la Resurrección, se da en un sepulcro sellado, sin imponerse, sin testigos. Lo más espectacular de nuestra fe se da sin espectacularidades. Y Cristo resucitado se presenta a sus discípulos y viene a nosotros en lo discreto y cotidiano, en el trabajo, en casa, en lo de cada día.

Así también, nuestra predicación está llamada a transmitir Vida en donde abunda la muerte, la soledad, el sinsentido en medio de lo más ordinario, sin imponerse con grandes y maravillosos signos que no den cabida a una acogida en absoluta libertad. Dios se encargará de lo que corresponda, pero no deberíamos estar pendientes de lo maravilloso. La Nueva Vida comienza en lo más corriente de nuestro diario vivir.

En Cristo,

Diac. Jose Bismar Villagra Barrera