Martes de la V semana del Tiempo Ordinario, reflexión del evangelio del día

Jesús tiene claro cual es su misión: ha sido enviado para librar al hombre de la esclavitud del pecado. Se mensaje es conciso, para que nadie se llame a engaño.

Si hay algo que no le gusta es la hipocresía, la doblez de corazón, la incoherencia de vida, la falta de autenticidad, todo esto se puede esconder debajo de un profundo discurso espiritual o en un aferrarse a normas y tradiciones, dejando de un lado lo importante. Cada uno que revise su vida con sinceridad, y vea en qué debe cambiar.

Jesús reprocha a los fariseos su hipocresía: honra a Dios con los labios, pero su corazón está lejos. Hoy Jesús podría denunciar también la hipocresía que en la que viven muchos cristianos, pero a la inversa, honran a Dios en el corazón, pero con los labios lo niegan. Muchas veces los cristianos no se muestran como tal en sus ambientes de trabajo o estudio por miedo a ser rechazados o a que se burlen  de ellos.  Pueden llegar incluso a mofarse de algunas cosas de la fe para no ser señalados como retrógrados. Sufren en su interior pero no son valientes para ser fieles a su misión de dar testimonio de Cristo con su vida y su palabra donde se encuentren,

Pidamos al Señor la gracia de no acobardarnos. Sabemos que “quién pierde su vida la encontrará”, salgamos a la calle a anunciar el Evangelio. No nos quedemos en nuestro confort, sabiendo que hay muchos hermano que necesita unas palabra de aliento, pero que salgo del corazón.

En Cristo

José Bismar Villagra, seminarista egresado de teología. 

 

Reflexión martes de la IV semana del tiempo Ordinario

Marcos presenta en un solo relato dos situaciones que a simple vista casi no tienen nada que ver entre ellas; sin embargo, están íntimamente conectadas en la actuación taumatúrgica (curación-sanación) de Jesús. Aspecto que el evangelista convierte en paradigma para nuestra atención o cuidado pastoral-espiritual de las personas. A Jesús le seguía mucha gente. La multitud le seguía porque escuchaban sus palabras, que eran palabras de vida y vida eterna.

Lo siguen personas de toda clase y condición. Hoy nos presenta Marcos a este personaje llamado Jairo, Jefe de la Sinagoga, tiene una hija enferma y quiere decírselo a Jesús, ¿cómo?: se acercó, se postró y lleno de fe le dijo, mi niña está en las últimas; “ven pon la mano sobre ella para que se cure y viva”. Jesús se marchó con él.

La intención del Evangelista Marcos era indicar que Jesús es el verdadero Mesías.Había entre la muchedumbre una mujer que sufría flujos de sangre hacía doce años, ningún médico le había curado. Oyó hablar de Jesús y se dijo, si logro tocar el manto de Jesús curaré; se acercó a él y le tocó el manto con gran fe y quedo curada; Jesús dijo ¿”quién me ha tocado”?, y al verla le dijo: “tu fe te ha curado, vete en paz y con salud”

Así le pasó al Jefe de la Sinagoga cuando le dijeron que no molestara más al Maestro, su hija había muerto, el Señor le dijo, “No temas; basta que tengas fe.”  Jairo ya tenía fe cuando pensó en ver a Jesús, pero ahora le aumentó al decirle Jesús que le bastaba tener fe, y así fue, la fe del padre curó a la niña.

Tal vez estás sufriendo ahora mismo, ardiendo de rabia hacia alguien que te ha herido, o incapaz de olvidar las viejas heridas, o te sientes un poco deprimido.

Habla con la mujer que ha estado enferma durante doce años. Escucha cómo te dice que toques la capa de Jesús. Imagínate haciendo eso. No es magia, sino un encuentro con Jesús y un pedido para que te ayude: tocar a Dios trae su propio poder sanador. Orar puede ser a menudo como tocar solo el doblez de la ropa de Jesús, pero es auténtico cuando, como la mujer, le dices “toda la verdad” a Jesús. Puede sorprenderte que “Jesús te hace libre” (Juan 8:32)

¿Nosotros tenemos fe y hacemos uso de ella en nuestra vida cuando surgen desgracias y problemas en nuestro caminar de cada ddía

En Cristo,

José Bismar Villagra Barrera

Seminarista

Reflexión del Evangelio Martes de la octava de Navidad, en la fiesta de San Juan Evangelista.

Vio y creyó, en el evangelio encontramos corriendo a Pedro junto a Juan hacia el sepulcro.
No hace mucho contemplábamos una escena parecida en un contexto diferente: a unos hombres se les anuncia una noticia y van corriendo a corroborarla. Son los pastores en Belén. Tanto ellos como estos apóstoles se encontraron con signos pobres: un Niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre; el Mesías, el Señor, pobre entre los pobres y una tumba vacía, tan solo con los lienzos que habían cubierto el cuerpo sin vida del Hijo de Dios.
Pero a Juan, como a los pastores, le bastó: por gracia de Dios, vio y creyó. Él, que había sido testigo de tantas maravillas al lado de Jesús y que lo había visto traspasado en la cruz, supo reconocer su gloria en aquel sitio, en aquel acontecimiento que podía no significar nada pero que lo significaba todo.
Esto nos interpela a nosotros, nos llama a abrirnos al Dios que se revela en lo pequeño: en la encarnación, en el pesebre, en el taller del carpintero, en aquel joven rabino sin estudios, en el Crucificado y en aquellas pobrezas y pequeñeces que cada uno conoce. Si nos une a Él una relación estrecha, si somos amigos y compañeros del Señor, reconoceremos su Presencia, su huella, su actuar discreto pero sublime. Se abrirán los ojos de nuestro corazón como los de san Juan y los de tantos hombres y mujeres mencionados en su evangelio: Natanael, Nicodemo, la Samaritana, Marta de Betania. El amor nos conducirá a la fe y la fe al amor.
Lo cual nos lleva de nuevo a la primera lectura: revelación, experiencia, gozo y vida, testimonio, comunión con los hermanos y con Dios.
San Juan Evangelista, ruega por nosotros.
En Cristo,

José Bismar Villagra Barrera, seminarista egresado.

Reflexión Martes de la tercera semana de Adviento.

Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios

A la parábola que hoy Jesús nos presenta parece que se le aplica bien el famoso refrán: obras son amores y no buenas razones. Como si ese fuese el código con el que hubiera que interpretarla. Que a Dios no le importan tanto los discursos, la imagen que damos o la fama con que nos etiquetan, cuanto los hechos. Pero, siendo cierto esto, la Palabra es aún más profunda y sutil en lo que nos quiere revelar.

Lo cierto es que se podrían haber enumerado a otros hijos. Por ejemplo, un hijo que, atendiendo a la petición del padre y diciendo sí, hubiera realmente ido a trabajar; u otro que, respondiendo de entrada que no, no fuera a la viña. Pero no. La parábola omite esos ejemplos y presenta dos hijos en los que la palabra no concuerda con los hechos. Parece que se centra en los incoherentes. Y, aun así, de uno de ellos se dice que cumplió la voluntad del padre. Sorprendentemente, tolera la incoherencia, pero no acepta la hipocresía.

Los sumos sacerdotes y ancianos a los que habla Jesús son, a los ojos del pueblo, un modelo a seguir. Y, sin embargo, les asegura que los publicanos y prostitutas les adelantarán en el Reino de los Cielos. Da la impresión que el problema no es tanto ser pecador, como creerse justo. Todos son incoherentes, y pecadores. La diferencia es que estos últimos tienen conciencia de su condición de pecado, que es público, y eso les puede hacer volverse al Señor, arrepentirse.

En este tiempo de adviento, el Padre nos concede, una nueva oportunidad. Nos regala un tiempo para darnos cuenta de nuestras desobediencias; de las muchas veces que le hemos dicho que no, y enmendar nuestras palabras e incluso nuestras acciones. Nos dice que no lo tiene en cuenta si estamos dispuestos a arrepentirnos. Él ya sabe de nuestras incoherencias y las quiere aprovechar. Son una ocasión para no caer en la hipocresía de creernos justos, sin necesidad de Dios, que es el mayor peligro. Cada incoherencia, cada no que le hemos dicho a Dios, se puede convertir en una oportunidad de volvernos de nuevo a su Misericordia; de darnos cuenta que no tenemos nada de qué presumir, que no somos hijos modélicos. Y, aun así, nos ama, quiere venir a nosotros. Dios cuenta con nuestras incoherencias y estas no nos excluyen de llegar al Portal. Pero la hipocresía sí nos excluye por sí misma, no nos puede conducir a un establo, lo repele, se aleja de allí, se desvía porque se escandaliza de que Dios se abaje tanto y tan gratuitamente.

¿Cómo es mi respuesta a las invitaciones del Señor? ¿Me preocupo de dar buena imagen, decir a todo que sí, pero luego descuido mi respuesta concreta? ¿Hay algo en lo que haya dicho que no últimamente? ¿Estaría dispuesto a cambiar mi respuesta? ¿qué me lo impide? ¿cómo juzgo a mis hermanos? ¿desde el creerme justo? ¿o soy capaz de reconocer que, en muchas cosas, van por delante de mí?

En Cristo,

José Bismar Villagra Barrera

MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO, AÑO A

La parábola de la oveja perdida en Lucas (15,3-7) es una exhortación a compartir la alegría del perdónque Dios otorga a los pecadores que se convierten y a la vez a disponernos al perdón. En el texto de Mateo, la misma parábola forma parte del discurso eclesial, en el que Jesús comunica a los discípulos algunas indicaciones preciosas acerca de la vida comunitaria: el esfuerzo por hacerse pequeños, disponibilidad a la acogida, atenciones para el que vacila en la fe.

En coherencia con dicho contexto, para el primerevangelista la parábola de la oveja perdida no habla directamente de Dios que se pone a buscar la oveja, sino de la comunidad, que debe ser «signo del rostro de Dios», de Dios que va a la búsqueda de la oveja perdida con una solicitud pastoral por el «pequeño» y más aún por el que se ha extraviado, por el pecador.

Dejar las noventa y nueve ovejas para buscar una esuna locura; pero así es la locura de Jesús y debe ser la locura de la comunidad (v. 14). La comunidad no debe dejarse guiar por criterios de eficiencia, sino por el «cuidado» con el pequeño, con el insignificante, con el marginado o lejano, por el motivo que fuere. No se asegura automáticamente el éxito «Si logra encontrarla…», pero se exhorta a la comunidad a no olvidar nunca el buscar la oveja perdida, porque será fuente de gran alegría: «05 aseguro que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se extraviaron».

Una parábola es una invitación para participar en el descubrimiento de la verdad. Jesús empieza diciendo: “¿Qué les parece?” Una parábola es una pregunta con una respuesta no definida. La respuesta depende de nuestra reacción y de la participación de los oyentes. Tratemos de buscar la respuesta a esta parábola de la oveja perdida.

Jesús cuenta una historia muy breve y muy sencilla: un pastor tiene 100 ovejas, pierde una, deja las otras 99 y va en busca de la oveja perdida. Y Jesús pregunta: “¿Qué les parece?” Es decir: “¿Ustedes harían lo mismo?” ¿Cuál será la respuesta de los pastores y de las demás personas que escuchaban a Jesús que cuenta esta historia? ¿Harían lo mismo? ¿Cuál es mi respuesta a la pregunta de Jesús?

No hay que olvidar que los montes son lugares de difícil acceso, con simas profundas, habitados por animales peligrosos y donde se esconden los ladrones. Y no puedes olvidar que has perdido una oveja, una sola, por consiguiente, todavía ¡tienes 99 ovejas! ¡Has perdido poco! ¿Abandonarías a las demás 99 por el monte? Quizás solamente una persona con poco sentido común haría lo que hace el pastor de la parábola de Jesús.

Los pastores que escucharon la historia de Jesús, habrán pensado y comentado: “¡Solamente un pastor sin fundamento actúa de este modo!” Seguramente le habrán preguntado a Jesús: “Perdona, pero ¿quién es ese pastor del que estás hablando? Hacer lo que él hizo, es pura locura”. Jesús contesta: “Este pastor es Dios, nuestro Padre, y la oveja perdida eres tú”. Dicho con otras palabras, aquel que actúa así es Dios movido por su gran amor hacia los pequeños, los pobres, los excluidos. Solamente un amor así de grande es capaz de hacer una locura de este tipo. El amor con que Dios nos ama supera la prudencia y el sentido común. El amor de Dios hace locuras. ¡Gracias a Dios! Si así no fuera, ¡estaríamos perdidos!

En Cristo,

José Bismar Villagra