REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DE HOY MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA.

El Evangelio nos sitúa en lo que es la esencia de la misión y nos hace ver cuál es el fundamento de donde surge la invitación a predicar por todo el mundo. Es el encuentro con Jesús muerto y resucitado el que suscita en el corazón de cada uno la necesidad de compartir esta Buena Noticia con los demás.

Predicar el Evangelio es la consecuencia de experimentar en nuestras vidas que Cristo ha resucitado; que hay una Creación nueva; que nosotros hemos renacido con él por el bautismo. De ahí es de donde nace el envío: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio”. Si no hemos experimentado esto ¿qué vamos a anunciar?

Y este encuentro transformador da valor a todo lo demás. Los signos que nos acompañen serán eso: confirmaciones, señales que corroboren nuestra palabra y testimonio, pero no la esencia del mensaje que predicamos. Jesús nos asegura que él no nos faltará y su poder se hará manifiesto. Pero lo maravilloso no será lo esencial de nuestra predicación o, mejor dicho, lo más maravilloso no será necesariamente espectacular.

No olvidemos que el acontecimiento más trascendental de la historia, la Resurrección, se da en un sepulcro sellado, sin imponerse, sin testigos. Lo más espectacular de nuestra fe se da sin espectacularidades. Y Cristo resucitado se presenta a sus discípulos y viene a nosotros en lo discreto y cotidiano, en el trabajo, en casa, en lo de cada día.

Así también, nuestra predicación está llamada a transmitir Vida en donde abunda la muerte, la soledad, el sinsentido en medio de lo más ordinario, sin imponerse con grandes y maravillosos signos que no den cabida a una acogida en absoluta libertad. Dios se encargará de lo que corresponda, pero no deberíamos estar pendientes de lo maravilloso. La Nueva Vida comienza en lo más corriente de nuestro diario vivir.

En Cristo,

Diac. Jose Bismar Villagra Barrera

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