Reflexión del Evangelio de San Juan 19, 25-34. Semana X del Tiempo Ordinario. Ciclo C.
Por el Pbro. Asdrubal Zeledón Ruiz. Pastoral de Comunicación Diócesis de Jinotega-Nicaragua.
Fiesta de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia.
Queridos hermanos, la Iglesia ha reconocido en la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, colaboradora del palan divino de la salvación. Por la gracia de Dios, María permaneció inmune de todo pecado personal durante toda su existencia. Ella es la «llena de gracia» (Lc 1, 28).
La actitud de María de permanecer junto a la cruz, expresa el sentir de la Madre, que ve a su Hijo crucificado, ve morir a su propio Hijo, Jesús se dirige su madre y le dice: «mujer ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «ahí tienes a tu madre» María se convierte madre no sólo del discípulo amado sino en todos aquellos a quienes él representa, el conjunto de los creyentes.
Es el nuevo Sí que da María en un momento decisivo en el plan de salvación. La Iglesia que se funda por la fe en la Palabra de Dios, es la Iglesia que nace al pie de la cruz. María es madre de Jesús, suscitándola en todo discípulo a quien Jesús ama. Pues María, queda así constituida como madre universal de toda la Iglesia. Es la Virgen María, que nos da ejemplo de esperanza y que a pesar del sufrimiento vive el drama del dolor en el calvario junto a su Hijo.
Cuántas madres, viven hoy en día el sufrimiento, su propio calvario al ver sufrir a sus hijos ante acciones injustas, leyes que buscan su propia conveniencia, en ellas, también se contempla el dolor, la lucha y la esperanza por las rebeldías de algunos que buscan su propio cometido.
Que en esta fiesta en la que celebramos la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, tal como la proclamó San Pablo VI en el Concilio Vaticano II, acerquémonos a María, modelo de unión con Cristo, que cada acción que realicemos la hagamos siempre en perfecta unión con Jesús. Por medio de la unión alcanza su culmen en el Calvario: aquí María se une al Hijo en el martirio del corazón y en la ofrenda de la vida al Padre para la salvación de la humanidad.
Dios nos conceda la gracia de abrazar el dolor, aceptando la voluntad del Padre, como lo hizo María al pie de la cruz, en aquella obediencia que da fruto, que trae la verdadera victoria sobre el mal y sobre la muerte. ¡Para bien de la Iglesia y nuestra propia salvación! Amén.