Reflexión del Evangelio de Juan 1, 29-34

Martes 03 de enero, feria de Navidad. Pastoral de Medios de Comunicación social, Diócesis de Jinotega-Nicaragua.

Reflexión del Evangelio de Juan 1, 29-34, por el Seminarista. José Bismar Villagra Barrera.

Juan el Bautista ha sido enviado para señalar al Mesías, y al ver a Jesús que camina hacia él, lo presenta como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y como Hijo de Dios que nos bautiza con Espíritu Santo.

Habla del pecado en singular y el pecado es por excelencia, negarse a reconocer a Cristo como el enviado de Dios, aquel que ha venido a revelarnos la verdad; el pecado es estar ciego hasta el punto de no saber cuál es la voluntad de Dios sobre el hombre rechazando al nuevo Moisés. Esta ignorancia relativa al discernimiento sobre el bien y el mal es lo que el Cordero de Dios viene a quitar. Jesús carga el pecado del mundo y hace desaparecer el conjunto de los pecados del mundo, sobre la totalidad del pecado de la humanidad.

Juan, según lo cuentan los sinópticos, invierte los datos del relato del Bautismo de Cristo, ya que no es Jesús sino el Bautista quien ve el Espíritu bajar, ya no es la voz celeste la que da testimonio de Cristo, sino el Bautista. También es Juan Bautista quien percibe el origen divino de Jesús al exclamar “era primero que yo” y es en verdad el Verbo de Dios, el Hijo engendrado, el que aparece humanamente en el tiempo, el que ha aparecido un día de la historia humana, el que celebramos en las fiestas de la Natividad.

San Juan Bautista da testimonio sobre el Bautismo de Jesús. El Papa Francisco recordaba que «el Bautismo es el sacramento en el cual se funda nuestra fe misma, que nos injerta como miembros vivos en Cristo y en su Iglesia»; y agregaba: «No es una formalidad. Es un acto que toca en profundidad nuestra existencia. Un niño bautizado o un niño no bautizado no es lo mismo. No es lo mismo una persona bautizada o una persona no bautizada. Nosotros, con el Bautismo, somos inmersos en esa fuente inagotable de vida que es la muerte de Jesús, el más grande acto de amor de toda la historia; y gracias a este amor podemos vivir una vida nueva, no ya en poder del mal, del pecado y de la muerte, sino en la comunión con Dios y con los hermanos».

Hemos escuchado los dos efectos principales del Bautismo enseñados en el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1262-1266):

1º «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Un efecto del Bautismo es la purificación de los pecados, es decir, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así como todas las penas del pecado.

«Baja el Espíritu», «bautiza con Espíritu Santo» (Jn 1,34): el bautismo nos hace “una nueva creación“, hijos adoptivos de Dios y partícipes de la naturaleza divina, miembros de Cristo, coherederos con Él y templos del Espíritu Santo.

La Santísima Trinidad Padre, Hijo y Espíritu Santo nos da la gracia santificante, que nos hace capaces de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo; de vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante sus dones; de crecer en el bien por medio de las virtudes morales.

Pidamos, como nos exhorta el Papa Francisco, «despertar la memoria de nuestro Bautismo», «vivir cada día nuestro Bautismo, como realidad actual en nuestra existencia».

Publicado en Reflexión del Evangelio.

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