Homilía Mons. Carlos Enrique Herrera, en la Memoria de San Juan María Vianney

Jueves 04 de agosto de 2022. XVIII del Tiempo Ordinario. Ciclo C.

Homilía Memoria de San Juan María Vianney. Por, Mons. Carlos Enrique Herrera, Obispo de la Diócesis de Jinotega Nicaragua.

En la primera lectura el Señor llama a Ezequiel y le dice: “Hijo del hombre, anda y dile a todos lo que escuchas de mi voz”. Envía a Ezequiel a hacer un llamado a la conversión, una invitación a un cambio de vida y de no hacerlo, el también estaría cometiendo un gran pecado. Por eso también le dice: “Si no le dices al pecador sus pecados, tú también pagarás por ellos”. Este llamado también se lo hace al justo y le advierte que, de caer a la vida antigua llena de pecado, también será condenado.

La vida cristiana es siempre un caminar, un avanzar bajo la guía del Espíritu, de la Palabra de Dios, de la gracia y misericordia que él siempre nos quiere dar. Es importante tener en cuenta esta realidad.

Hoy celebramos a San Juan María Vianney, él supo escuchar las palabras de Ezequiel y también las del Evangelio, cuando el Señor lo llamó y lo envió a una parroquia abandonada, pobre y difícil porque había pocos creyentes y en su mayoría la población estaba llena de vicios y de grandes pecados. Él llega en nombre del Señor a anunciar la buena nueva de salvación, a curar toda enfermedad y dolencia. Cuando Jesús habla de las dolencias no se refiere a las que son un tanto físicas, sino a las dolencias y enfermedades espirituales, y eso fue lo que hizo el cura de Ars. Llevar esa salud espiritual, ya lo demás llegaba por añadidura.

El Señor nos dice hoy a nosotros: “Todos son mis discípulos desde nuestro bautismo”. Todos estamos llamados a ser centinelas. Ustedes padres de familia con sus hijos, con sus hermanos, con quienes encontremos. Debemos anunciarles el reino de Dios, el camino de la verdad y del amor.

No es fácil el ser cristiano, el ser profeta, el anunciar la palabra del Reino de Dios ante todo con el ejemplo y por medio de su palabra.

A muchos no les gusta que se les hable de la palabra de Dios, de lo que nos hace ver el pecado por eso siempre hay esa lucha entre el bien y el mal.

Este gran hombre, el santo cura de Ars era perseguido por el demonio, lo tentaba a cada rato porque era un hombre fiel. Fue un sacerdote que pasaba constantemente en el confesionario y ustedes saben que al demonio no le gusta que el sacerdote confiese porque es por medio de ese sacramento que las almas se purifican, se arrepienten y cambian. Por eso el demonio no quiere que el sacerdote confiese y tampoco quiere que los fieles se confiesen.

La vida de oración y de penitencia de este gran santo debe de ser un gran ejemplo. Él decía que la oración y el amor van unidos. La oración es estar en comunión con Dios y el estar en comunión con Dios nos hace amar. Amarlo a él sobre todas las cosas y amar al prójimo, aún incluso a nuestros enemigos. Es muy importante esta lección que nos da. Oren y amen, ese es el secreto para ser crecientes en la fe, en el amor y en la esperanza en la vida cristiana.

Jesús dice que les dio poder a los apóstoles, pero primero les enseñó a orar. El poder viene de ahí, de la oración. Ellos se llenan primero de ese poder espiritual para poder sanar a los demás, para poder llevar ese amor misericordioso a los que encontraran en el camino, expulsando demonios, curando enfermedades, resucitando muertos, porque esa es la misión del presbítero, de la Iglesia y también a través de ustedes. ¿Cuántos laicos han orado y el Señor les ha escuchado? Todos estamos llamados a enseñar, a cuidar y a proteger al otro, no solo el Papa, el obispo o el sacerdote, porque todos hemos sido ungidos y participamos del sacerdocio de Cristo.

Hay tanto que hacer hoy. Hay tanto que tenemos que purificar. Hay ambientes muy violentos, llenos de mucha división, esa es presencia del mal, pero no hay que tener miedo y solo quejarnos. Tenemos que ser como el cura de Ars, no tenía miedo, siempre estaba en esa lucha y vencía al demonio. Claro que pasó momentos de crisis, incluso hubo veces en las que le dijo al obispo: “Ya no puedo”. Él fue un sacerdote solo, alejado de los demás. Pero el obispo le dijo: “No. Tienes que seguir. Dios está contigo”. Todas esas circunstancias las vivió el sacerdote. Porque él también es humano. Su misión fue una misión fuerte, una misión con vocación.

Hay momentos en los que la carne, es decir la parte humana se reciente ante el atropello del maligno. Por eso hay que orar por los sacerdotes. Ustedes tienen que orar por nosotros. Nosotros cada Eucaristía la ofrecemos por ustedes.

Así debe de ser la vida del cristiano. Vivir una vida consagrada al Señor día a día. Amándonos, nosotros nos amamos unos a otros cuando oramos por cada uno. Ofrezcamos esta Eucaristía por nuestros sacerdotes. Pidamos por nuestros hermanos, cuidemos a los más pequeños.

Hoy más que nunca el demonio usa muchas técnicas para poder seducirnos al mal. Hay mucha división en la familia, mucha desobediencia de los hijos. Mucha incomprensión aún en medio de la Iglesia. ¿Y por qué? Porque el demonio quiere separarnos, pero el mal no puede vencer.

Pidamos esa sabiduría de Dios. Hay que vencer con la oración y con el amor.

Así sea.

 

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