REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DE SAN MATEO 19, 23-30, HOY MARTES

Nos encontramos en la semana XX del tiempo Ordinario Jesús, hoy en el evangelio, afirma que las riquezas (de la índole que sean), son un impedimento grave para vivir en el Reino. Este pasaje evangélico nos abre siempre un camino de sentido y de felicidad humana cuya clave fundamental es el amor, la primacía del otro. Pero lo que parece imposible para el hombre, es posible para Dios, porque también el rico puede ponerse al servicio del Reino con todo lo que tiene.Esto es lo que propone Jesús para quien quiera seguirlo que está sellado con la palabra “desprendimiento”.

El equipaje que se lleva al Reino de los cielos no consiste en riquezas que pesan, sino en tesoros que no cargamos con nosotros porque se los hemos estado entregando al Señor, y están ya en sus manos. Por lo tanto, nos movemos en libertad, pues las obras que hacemos con amor y por amor a Dios, se elevan hacia Él y nos dejan caminar ligero, apoyados en la gracia del Señor. Me parece, que cuando vivimos almacenando riquezas, esas que atesoramos negándonos a ponerlas en circulación, hay una gravedad que ancla el alma a la tierra, y llegamos a sentir el peso de nuestra humanidad egoísta, en lugar de el del amor que está hecho de “desprendimiento”.

Hermanos estamos hechos para el encuentro. La palabra que hoy mejor recoge este sentido es la llamada a la fraternidad, que es el mejor signo del Reino. Y está claro que bajo la defensa a ultranza de tantos egoísmos enmascarados en palabras que los justifican como defensa de la libertad, del propio bienestar y de “mis” derechos, lo que en el fondo está en juego es la posibilidad de la existencia del otro como un hermano y no como una amenaza o un competidor. En el fondo, está en juego la posibilidad de vivir verdaderamente el Evangelio de Jesús que vino a servir y no ser servido, que hizo de su vida Eucaristía, pan entregado y vida derramada, para alimentarnos a todos y sentarnos a la misma mesa.

Dejemos resonar la Palabra de Dios en nuestro corazón que nos dice “eres hombre y no Dios y que al mismo tiempo que nos señala la dificultad que tenemos para vivir una sana relación con los bienes nos abre el camino de la salvación. Porque nos puede pasar como a los discípulos que ante la dureza de la palabra de Jesús al hablar de los ricos nos preguntemos también espantados: “Entonces, ¿quién puede salvarse?”. Y es bueno recordar lo que Jesús les contesta y nos contesta a nosotros: “Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo”.

Después de que el joven rico se retiró triste, también Jesús, entristecido por el hecho, lo comenta con tono grave. Nadie puede «servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24). El Reino de los Cielos es de los «pobres en el espíritu» (cf. 5,3): por eso difícilmente entran en él los ricos; primero tienen que hacerse pobres. La elocuente imagen del camello contribuye a dar un mayor énfasis a esta afirmación.

Seguir a Cristo de una manera radical es difícil, incluso imposible, cuando se cuenta sólo con las fuerzas humanas, pero deben recordar que el sujeto de la obra no es ellos, sino Dios, para quien «todo es posible». Llegados aquí, Pedro, con la franqueza y el carácter impulsivo que le caracterizan, descubre con sorpresa la diferencia de su situación con respecto a la del joven rico. Ellos han acogido el don divino, lo han abandonado todo para seguir a Jesús, ¿qué les espera? El joven rico se fue triste porque había respondido «no», pero ¿qué le sucede a quien responde «sí»?

Ya conocen el final de los que optan por el dinero, pero ¿qué obtendrán los que optan por Dios? Jesús no es un vendedor de mercancías y no necesita hacer una lista de todo lo que recibirán sus discípulos por el precio que han pagado. Sin embargo, como conoce la pequeñez del corazón humano, necesitado de seguridades y de alientos, nos asegura que la recompensa será grande tanto en este tiempo como en la eternidad. En efecto, «Dios es más grande que nuestro corazón» (1 Jn 3,20); a cambio del poco al que hayamos renunciado por su amor, se nos dará «una buena medida, apretada, rellena, rebosante» (Le 6,38).

El Papa Francisco en la homilía del 26 de mayo de 2015, dijo: “Seguir a Jesús desde el punto de vista humano no es un buen negocio: es servir. Lo ha hecho Él, y si el Señor te da la posibilidad de ser el primero, tú tienes que comportarte como el último, o sea, servir. Y si el Señor te da la posibilidad de tener bienes, tú debes emplearte en servir a los otros. Son tres cosas, tres escalones, los que te alejan de Jesús: las riquezas, la vanidad y el orgullo. Por esto son tan peligrosas las riquezas, porque te llevan en seguida a la vanidad y te crees importante. Y cuando uno se cree importante pierde la cabeza y se pierde.

En Cristo,

José Bismar Villagra Barrera

Publicado en Reflexión del Evangelio.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *