Reflexión del Evangelio del día

Reflexión del Evangelio de San Marcos 16, 9-15.

Sábado de la Octava de Pascua

Por el Padre Asdrubal Zeledón Ruiz.

Queridos hermanos en Cristo, el Evangelio de este día, el Señor nos presenta una síntesis de las apariciones de Jesús Resucitado, el primer día de la semana, Jesús se le aparece a María Magdalena, después camino a Emaús, Jesús como peregrino acompaña a dos discípulos, les explica las Escrituras y le reconocen al partir el pan, por último,  Jesús se apareció a los Once, su presencia en medio de ellos, denota asombro, alegría, tranquilidad, esperanza y paz.

La presencia de Jesús Resucitado libera a los discípulos de la incredulidad, los miedos y la desesperanza, y los transforma en verdaderos creyentes. Ahora bien, nosotros en la vida ordinaria, hemos sentido su presencia, me he dejado acompañar por Cristo Resucitado, dejando a un lado los miedos, la tristeza y la desesperanza.

Entiéndase que en los momentos difíciles, la presencia de Cristo Resucitado, nos consuela y anima y lo dirá Mateo en su Evangelio: «¡Ánimo! No tengan miedo, soy yo» (Mt 14, 27). Este mensaje, no se debe pasar por desapercibido, el quedar sólo para ellos, sino que, deben anunciarlo a los demás. Jesús Resucitado envía a los discípulos al mundo para que extiendan su misión y la evangelización con el Señor. «Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura» (Jn 16, 15).

Pidamos al Señor, que nos ayude a ser discípulos suyos, que anunciemos de la Buena Nueva de salvación, con hechos y palabras siendo testigos que Cristo ha Resucitado, para que el mundo crea, que Cristo ha venido a dar la salvación a toda la humanidad. Para bien de la Iglesia y nuestra salvación. Así sea.

Reflexión del Evangelio del día

Meditación del Evangelio de hoy martes de la IV semana de Cuaresma

Evangelio de San Juan 5, 1-3. 5-16.

Lo que contemplamos como profecía en el Antiguo Testamento, Jesús lo realiza a lo largo de su vida pública.  Entre otros testimonios, en el evangelio de hoy,  Juan nos presenta el encuentro de Jesús con un hombre que llevaba muchos años postrado, enfermo,  al que se   acerca  y directamente  le pregunta “¿quieres quedar sano?” con sorpresa nos llaman la atención dos cosas, primero que Jesús, a diferencia de  otras curaciones que realiza, no le pide tener fe en Él previamente, y segundo, que esta persona no le responde afirmativamente, sino que le expone excusas y motivos por los que no aspira a ser curado; es como si ya se hubiera acostumbrado y aceptara su estado de postración y enfermedad.

Jesús lo escucha como desea escucharnos a nosotros y quiere que le expongamos, que le expresemos nuestras necesidades, nuestras enfermedades y dolencias, nuestras tristezas y angustias, lo que nos ata e impide levantarnos y avanzar en el camino del bien, de la entrega, de la caridad, de la confianza, de la fidelidad a los compromisos adquiridos. Él desea que con sinceridad y sencillez le manifestemos nuestra situación real, nuestros pecados, nuestras historias, nuestros fracasos y frustraciones, nuestras cobardías, perezas y limitaciones aun sabiendo que Él ya las conoce.

A la luz de esta Palabra de Dios, debemos preguntarnos, ¿Dónde estoy yo postrado, ¿Cuál es mi camilla?, ¿a qué me aferro para no cambiar, para no salir de mi parálisis anímica, espiritual, de fe, de alegría, de esperanza, de amor, de ilusión?

Jesús en esta cuaresma y a pesar de nuestra falta de fe nos dice: Levántate, toma tu camilla y echa a andar, reconoce   que el Señor del universo está con nosotros, que nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Dejemos actuar a la gracia de Dios en nuestras vidas, no le pongamos obstáculo, dejémonos tocar por ella. Jesús quiere y puede sanarnos y su acción es siempre gratuita, como lo fue toda su vida, muerte y resurrección.

En Cristo,

Diác. José Bismar Villagra.

Reflexión del Evangelio de Mateo 1, 16. 18-21. 24

Solemnidad de San José esposo de la Santísima Virgen María.

Reflexión del Evangelio de Mateo 1, 16. 18-21. 24

Por el Padre, Asdrubal de Jesús Zeledón Ruiz.

Queridos hermanos, celebramos en la Iglesia la solemnidad de San José, modelo de fidelidad y santidad, obediente a la voluntad Dios, custodio de la Virgen, protector de la Iglesia, modelo de padre.

El Evangelio de este día, nos describe con detalle la situación en la que se encuentra San José, el autor sagrado, muestra la grandeza y la fidelidad a la Bienaventurada Virgen María ante la voluntad de Dios. María está desposada con José, Ella espera un hijo, San José, no quiere hacerle daño, le conoce y confía en su esposa.

Para un judío, los desposorios eran signo de fidelidad previo al matrimonio, María espera un hijo, por obra del Espíritu Santo, San José siendo un hombre justo, no quiere decir nada, lo deja en secreto, pues no quería ponerla en evidencia. Sin embargo, «Dios le manifiesta el mensaje por medio del Ángel se le presentó en sueños: José […] no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa espera un hijo por obra del Espíritu Santo».

Será la fe que lo lleve a confiar y creer contra todo desesperanza, él obediente a Dios, confía plenamente en la voluntad del Padre, su entrega, sacrificio y cuidado expresa el amor de padre, que le tiene a su hijo Jesús. Usted, ¿confía en Dios en los momentos difíciles su vida? En mi vida cotidiana, he realizado la voluntad de Dios. Todas las actitudes de San José, le permiten colaborar eficazmente en la historia de la salvación, su disposición y servicio para el Hijo de Dios.

Por último, San José es modelo de padre. Dios como Padre, cuida, protege y ama a sus hijos. Igual el Patriarca San José, cuidará y custodiará a la Iglesia, como lo hizo con Jesucristo. Aceptar la voluntad de Dios, manifiesta la figura principal de un auténtico cristiano: bondad, rectitud y verdad.

Aprendamos a cumplir con las tareas de cada día, ser fiel, confiar contra toda desesperanza e invocar a Dios en los mementos difíciles, que sepamos decir a Dios sí, que Dios nos conceda la gracia para hacer la voluntad del Padre.

Para bien de la Iglesia, y nuestra propia salvación.

Reflexión Del Evangelio – Martes De La Tercera Semana De Cuaresma

REFLEXIÓN DEL EVANGELIO

Quizás una de las cosas de las que más adolece el mundo hoy, es de falta de misericordia. Nos hemos vuelto duros, rígidos, muchas veces intolerantes e insensibles. Es lamentable ver que algunos cristianos, que debían de estar llenos del amor misericordioso de Dios, continúan actuando como este hombre de la parábola.

Esperan sólo el momento del error del hermano para echárselo en cara. Quizás podríamos escudarnos en que buscamos su bien, que lo estamos educando, que es la única manera de que aprenda, sin embargo, esta no fue la pedagogía de Jesús, y no es la manera como nos trata el Padre. Jesús nos dijo: “Sean perfectos como el Padre Celestial es perfecto”. Y, ¿cuántos de nosotros lo somos? Y por no serlo, ¿Jesús nos desprecia o nos humilla? Ciertamente no, pues respeta nuestro proceso, nos alimenta con amor y de esta manera nos permite experimentar su misericordia.

Aprendamos a ver hacia nosotros mismos, así descubriremos toda nuestra miseria. Esta es la base para tratar a los demás con dulzura y compasión pues sí, siendo lo que soy, Dios me trata con amor, con cuánta más razón lo haré yo con mis hermanos, que, a decir verdad, pueden ser mejores que yo.

Jesús no sólo cambia la dirección: del castigo al pecado; y del esfuerzo por la justicia, al perdón gratuito de las ofensas. Cambia también la medida: “setenta veces siete” significa un perdón sin medida, sin límites, sin ese “hasta aquí hemos llegado” tan nuestro, tan “humano”.  Jesús, con la parábola del siervo perdonado y despiadado, nos invita a mirar, más allá de las ofensas recibidas, al Padre misericordioso. Al hacerlo así comprendemos la desproporción absoluta entre el perdón ilimitado, sobreabundante y exagerado de Dios, y lo que nosotros tenemos que perdonar en nuestras vidas cotidianas.

Los diez mil talentos perdonados al siervo significaban una cifra desorbitada, una cantidad de dinero que posiblemente nadie poseía en aquel tiempo. Mientras que los cien denarios eran una cifra bastante realista: con 200 denarios se podía comprar algo de pan, pero no para muchos (cf. Mc 6, 37); con trescientos, se podía comprar un buen perfume (cf. Mc 14, 5).

Los diez mil talentos representan el precio que Dios ha pagado por nosotros: la pasión y muerte de su Hijo Jesucristo, con cuya sangre hemos recibido la gracia del perdón, de la salvación, de la resurrección y la vida eterna. Los cien denarios son el precio que nosotros tenemos que pagar para ser dignos de esa herencia: cien denarios en forma de capacidad de perdón, de paciencia y misericordia, de comprensión, incluso de disposición a sufrir algo por nuestros hermanos.

A veces los cien denarios nos parecen mucho, demasiado, setenta veces siete, y no estamos dispuestos a perdonarlos, amparándonos incluso en actitudes justicieras: exigimos, al fin y al cabo, lo que realmente nos deben; pero, si lo comparamos con lo que Dios nos ha regalado y perdonado en Jesucristo (diez mil talentos, bienes que superan toda medida, y que pregustamos ya en la comunidad, la Iglesia, los sacramentos, el amor fraterno), comprendemos que no es demasiado lo que se nos pide. Dios nos perdona siempre, también cuando repetimos una y otra vez el mismo pecado, siempre y cuando nos arrepintamos del pecado y hagamos el propósito de no pecar; ¿no hemos de reflejar en nosotros mismos, siquiera a pequeña escala (cien denarios) esa desmesura (diez mil talentos) de misericordia?

En Cristo,

Diac. José Bismar Villagra Barrera

Reflexión del Evangelio del día, Lucas 6, 36-38.

Lunes 06 de marzo de 2023

II Semana de Cuaresma.  Ciclo A.

Reflexión del Evangelio del día, Lucas 6, 36-38.

Por el Padre Asdrubal de Jesús Zeledón.

Queridos hermanos y amigos, el Evangelio de este día, Jesús nos refleja el actuar de Dios Padre. “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso”. Dios no juzga, como suele juzgar el hombre de nuestro tiempo, Dios ha tenido misericordia perdonando nuestros pecados, en cambio, el hombre juzga injustamente. Hagamos nuestra la invitación de Dios, seamos misericordiosos.

Si Dios nos ha perdonado, yo indigno pecador, debo perdonar al que me ofende, y lo recitamos en el Padre nuestro, perdona nuestros pecados, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. (Mt 6, 12)  Esto no puede pasar de desapercibido, sed misericordioso, no juzgue, perdone, y para lograr esto, Jesús nos ha dado la clave,  sean misericordiosos. Dios a todos nos ha amado, y nos ama sin condiciones, un amor incondicional y gratuito.

A todos, Dios nos ha perdonado, una y otra vez, nos ha levantado de nuestro propio fango, si Dios lo hecho, conmigo y contigo, usted lo tendrá que hacer con sus semejantes (prójimo).  “Sus muchos pecados son perdonados, porque amó mucho, más a aquel a quien se le perdona poco, poco ama” (Lc 7, 47) Todos hemos experimentado su perdón y su misericordia, su amor es increíble, vivamos este amor, que se traduce a misericordia y perdón.

Si deberás hemos sentido la misericordia de Dios, tendremos que ser misericordiosos, perdonar siempre y juzgar con misericordia, ayudando al otro para que encuentre el amor que no ha sido encontrado, Jesús. La cuaresma es tiempo de conversión, ¿he sido misericordioso? ¿Ha perdonado de corazón? Que Dios nos conceda la gracia de vivir la plenitud de su misericordia, ofreciendo cada uno la ayuda oportuna para vivir el mandamiento del amor, ama al prójimo como a ti mismo.  Cfr. Mt 22, 37.  Para bien de la Iglesia y nuestra propia salvación. Que así sea.