Celebración de la presentación de nuestro Señor en el templo y la jornada mundial de la vida Consagrada

Jueves 02 de febrero de 2023

Pastoral de Medios de Comunicación social-Diócesis de Jinotega, Nicaragua.

Homilía de S.E.R. Mons. Carlos Enrique Herrera Gutiérrez O.F.M, preside Eucaristía en la Fiesta de la Presentación del Señor y la jornada mundial por la vida consagrada.

Reciban un saludo de paz y bien de parte de Nuestro Señor Jesucristo. Carísimos hermanos sacerdotes: fray Francisco Solórzano, vicario para la vida religiosa en nuestra diócesis; hermanos religiosos y religiosas de diferentes congregaciones: frailes menores, terciarios franciscanos de la Madre de Dios, hermanas franciscanas terciarias del Sagrado Corazón de María, hermanas Inmaculatinas, hermanas Betlemitas, misioneras dominicas del Rosario, fieles todos presentes.

La jornada mundial de la vida consagrada la instituyó el papa san Juan Pablo II, el 02 de febrero de 1997, por tres razones: en primer lugar, responde a la íntima necesidad de alabar más solemnemente al Señor y darle gracias por el gran don de la vida consagrada que enriquece y alegra a la comunidad cristiana con la multiplicidad de sus carismas y con los edificantes frutos de tantas vidas consagradas totalmente a la causa del Reino. En segundo lugar, esta Jornada tiene como finalidad promover en todo el pueblo de Dios el conocimiento y la estima de la vida consagrada. El tercer motivo se refiere directamente a las personas consagradas, invitadas a celebrar juntas y solemnemente las maravillas que el Señor ha realizado en ellas, para descubrir con más límpida mirada de fe los rayos de la divina belleza derramados por el Espíritu en su género de vida y para hacer más viva la conciencia de su insustituible misión en la Iglesia y en el mundo.

Quienes hemos sido llamados a una vocación consagrada- como dice Jesús en el Evangelio de san Lucas: “hay quienes nacieron para el desgaste del reino”, y también los que comparten con nosotros la vida cotidiana, sabemos por experiencia que cada mañana trae su propio camino. Y que solo puede aventurarse en él sin extraviarse quien lo afronta bajo el signo de la esperanza en Jesús resucitado. Caminar desde Cristo, pensado como itinerario de ruta para los consagrados y consagradas al desarrollo de este tercer milenio es un ideal permanente:

Esta es la esperanza que proclama la Iglesia a través de los consagrados, como dice el profeta Malaquías en la primera lectura: “mira que envío delante a mi mensajero, para que prepare mi camino”. Y puesto que al Señor le agradan las buenas ofrendas, no debemos dudar en donarnos a Él, con el corazón abierto y puesta nuestra esperanza en su amor y en su misericordia infinita.

El autor de la carta a los hebreos nos dice que los hijos de una familia son todos de la misma sangre, y eso somos nosotros los consagrados, todos de una misma sangre. Pues, aunque nuestros carismas son diferentes, todos pertenecemos a la gran familia de Dios, Nuestro Señor. Y como dice san Pablo, ya no hay diferencia entre esclavos y libres, ni entre judíos y paganos. La diversidad enriquece a la Iglesia, cuando lo que se da viene del Espíritu Santo. Así, aunque hay muchas familias de religiosos, los une la fe, el amor, la esperanza y la caridad, que solo en Jesucristo es agradable a los ojos del Padre Eterno.

Recibiendo y promoviendo los ecos sinodales que resuenan en la Iglesia de nuestros días, la Jornada Mundial de la Vida Consagrada de este año 2023 queremos celebrarla precisamente bajo el lema «Caminando en esperanza». Caminando hace referencia a una acción continua y persistente, que no se cansa ni se detiene, que conlleva paciencia y empeño. En esperanza indica un modo muy concreto de llevar adelante dicha acción a través de la virtud cristiana más necesaria para quien desea vivir en marcha y volcado hacia el futuro que hemos de construir todos los miembros de la Iglesia unidos.

Nos dice el Papa Francisco que: si el año pasado recordábamos que ir «caminando juntos» es el modo natural de vivir la dinamicidad propia de la Iglesia, y, por tanto, de la vida consagrada, este año contemplamos el talante y el horizonte de aquellos que, en medio del mundo, pero sin ser de él, se consagran a Dios «caminando en esperanza» para ser cada día apóstoles del reino, levadura en la masa, semilla en la tierra y candelero en lo alto. Con ellos damos gracias a Dios y comprometemos nuestra entrega para tomar las sendas de la esperanza, que nos portan cada jornada a la casa del Padre, a la casa de la comunidad, a la casa de los olvidados.

En el santo Evangelio que hemos escuchado, san Lucas nos dice que en la tradición judía todo varón, primogénito, debía ser consagrado al Señor. Y en este acto se hacía una ofrenda. Hoy esta gracia se ha extendido a todo aquel que libre y voluntariamente quiera donar su vida al servicio del Señor, y para ello hay tantas formas que no hay excusa alguna que justifique nuestra negación para con el Señor, no podemos nosotros como consagrados recibir tantos talentos y enterrarlos; más bien debemos ponernos al servicio de Dios, de la Iglesia y de la sociedad.

Las personas consagradas saben que no han sido llamadas a la soledad estéril, sino que tienen que entrelazar sus historias con las del resto de consagrados, con el conjunto del pueblo de Dios, con sus hermanos de orden, congregación o comunidad, de parroquia y unidad pastoral, de Iglesia particular y universal… y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, principalmente los más pequeños. Es en esta unión de voluntades siempre retadora, con exigentes rasgos sinodales, donde se alumbra una esperanza distinta a la que ofrece el mundo, capaz de derribar muros, abrir fronteras y soñar juntos el reino que, gracias a Dios, ya se ve en esta tierra fatigada.

Para ir lejos hay que dar un paso detrás de otro con «fija determinación». Y hay que hacerlo cada día con ánimo esperanzado. Bien lo sabían el anciano Simeón y la profetisa Ana, quienes, caminando con paciencia, no se dejaron desgastar por el paso del tiempo, hasta que al fin vieron al Salvador.

En el espejo de Simeón y Ana se mira hoy toda la vida consagrada, consciente del momento que vive y alentada por el deseo de sumarse al compás sinodal de la Iglesia «caminando en esperanza». Ellos supieron sembrar con paciencia y recoger con gratitud, servir calladamente y cantar de júbilo, esperar a que el Mesías se abriera camino hasta ellos y caminar compartiendo con todos, la esperanza del Señor. Así podemos ver el rostro de tantos consagrados que caminan sinodalmente en esperanza, demos gracias a Dios por la luz que nos llega a través de su vocación entregada y elevemos nuestra oración por la humanidad sufriente, para que llegue el día en que los ojos de todos contemplen a su Salvador. Que María, madre y ejemplo de los consagrados ruegue por todos nosotros. Así sea.

Reflexión del Evangelio de Juan 1, 29-34

Martes 03 de enero, feria de Navidad. Pastoral de Medios de Comunicación social, Diócesis de Jinotega-Nicaragua.

Reflexión del Evangelio de Juan 1, 29-34, por el Seminarista. José Bismar Villagra Barrera.

Juan el Bautista ha sido enviado para señalar al Mesías, y al ver a Jesús que camina hacia él, lo presenta como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y como Hijo de Dios que nos bautiza con Espíritu Santo.

Habla del pecado en singular y el pecado es por excelencia, negarse a reconocer a Cristo como el enviado de Dios, aquel que ha venido a revelarnos la verdad; el pecado es estar ciego hasta el punto de no saber cuál es la voluntad de Dios sobre el hombre rechazando al nuevo Moisés. Esta ignorancia relativa al discernimiento sobre el bien y el mal es lo que el Cordero de Dios viene a quitar. Jesús carga el pecado del mundo y hace desaparecer el conjunto de los pecados del mundo, sobre la totalidad del pecado de la humanidad.

Juan, según lo cuentan los sinópticos, invierte los datos del relato del Bautismo de Cristo, ya que no es Jesús sino el Bautista quien ve el Espíritu bajar, ya no es la voz celeste la que da testimonio de Cristo, sino el Bautista. También es Juan Bautista quien percibe el origen divino de Jesús al exclamar «era primero que yo» y es en verdad el Verbo de Dios, el Hijo engendrado, el que aparece humanamente en el tiempo, el que ha aparecido un día de la historia humana, el que celebramos en las fiestas de la Natividad.

San Juan Bautista da testimonio sobre el Bautismo de Jesús. El Papa Francisco recordaba que «el Bautismo es el sacramento en el cual se funda nuestra fe misma, que nos injerta como miembros vivos en Cristo y en su Iglesia»; y agregaba: «No es una formalidad. Es un acto que toca en profundidad nuestra existencia. Un niño bautizado o un niño no bautizado no es lo mismo. No es lo mismo una persona bautizada o una persona no bautizada. Nosotros, con el Bautismo, somos inmersos en esa fuente inagotable de vida que es la muerte de Jesús, el más grande acto de amor de toda la historia; y gracias a este amor podemos vivir una vida nueva, no ya en poder del mal, del pecado y de la muerte, sino en la comunión con Dios y con los hermanos».

Hemos escuchado los dos efectos principales del Bautismo enseñados en el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1262-1266):

1º «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Un efecto del Bautismo es la purificación de los pecados, es decir, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así como todas las penas del pecado.

«Baja el Espíritu», «bautiza con Espíritu Santo» (Jn 1,34): el bautismo nos hace «una nueva creación«, hijos adoptivos de Dios y partícipes de la naturaleza divina, miembros de Cristo, coherederos con Él y templos del Espíritu Santo.

La Santísima Trinidad Padre, Hijo y Espíritu Santo nos da la gracia santificante, que nos hace capaces de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo; de vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante sus dones; de crecer en el bien por medio de las virtudes morales.

Pidamos, como nos exhorta el Papa Francisco, «despertar la memoria de nuestro Bautismo», «vivir cada día nuestro Bautismo, como realidad actual en nuestra existencia».

Reflexión del Evangelio de Juan 1, 19-28.

Reflexión del Evangelio de Juan 1, 19-28.

Por el Padre. Asdrubal de Jesús Zeledón Ruiz. Pastoral de Medios de Comunicación Diócesis de Jinotega-Nicaragua.

Queridos hermanos, feliz año nuevo a todos. El Evangelio de este día, leemos el testimonio de Juan el Bautista a cerca de Jesús, al que habíamos oído en el tiempo de adviento, «preparad el camino del Señor», ahora lo señala ya presente ante la alegría de su Nacimiento. «Aquel que es la Palabra, luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1, 9) Juan el Bautista da testimonio de Jesús, «los enviados de las sectas de los fariseos le preguntan ¿Quién eres tú? Juan no es el Mesías, ni Elías, ni el profeta». «Juan es la voz que grita en el desierto: enderecen el camino del Señor».

También, nosotros podemos preguntar, ¿Quién es Jesús? He reconocido su grandeza, su salvación, su poder, sus prodigios, Dios ha hecho grandes cosas en nuestra vida, hay que identificar a Jesús en nuestra vida cristiana, personas que todavía se siguen preguntando qué será de nuestra vida este nuevo año, quien no reconoce la belleza, la grandeza y las bendiciones de Dios difícilmente ha conocido a Dios. Hay personas que cuestionan la existencia de Dios, cómo es posible que Dios permita el sufrimiento, tuve la oportunidad de platicar con un joven a inicio de este año 2023, y me decía: “Padre, Dios me ha castigado por esta enfermedad que vivo, cuando mi salud se agrava es una máquina que le permite vivir”.

Dios tiene que ser comprendido en lo incomprensible, lo único que le pude decir a este joven fue: la enfermedad puede ser un medio para alcanzar la santidad, aceptando la voluntad de Dios. Juan Bautista vino para ayudar al pueblo a que descubrir la presencia luminosa y consoladora de la Palabra de Dios. «Juan anuncia a Cristo: en medio de ustedes hay uno que ustedes no conocen», Dios Padre nos conceda conocer a su Hijo, Jesús, aceptando su voluntad a pesar de las dificultades, pues tenemos que esforzarnos para  confiar en Dios, en su bondad nos acepte y nos acoge.

Por último, Dios no quiso quedarse lejos de nosotros, su Palabra hecha carne se hizo presente en medio de nosotros, para darnos a todos la salvación. Dios saldrá a nuestro encuentro cada día en la vida ordinaria para darnos ánimo y sentido de vivir. ¡Para bien de la Iglesia y nuestra propia salvación!

 

 

 

Reflexión del Evangelio del día Mt 10, 17-22

Octava de Navidad, San Esteban Protomártir

Reflexión del Evangelio del día Mt 10, 17-22

Por el Pbro. Asdrubal de Jesús Zeledón Ruiz, Pastoral de Medios de comunicación de la Diócesis de Jinotega en Nicaragua.

Carísimos Hermanos, el día de hoy, la Iglesia celebra el martirio de San Esteban, fue el primero de los siete diáconos que los apóstoles eligieron como cooperadores de su ministerio, considerado el primero de los discípulos del Señor que en Jerusalén derramó su sangre, dando testimonio de Cristo Jesús.

A propósito, la liturgia nos permite celebrar el martirio de San Esteban, un día después de la solemnidad del nacimiento de Jesús, su testimonio de entrega, perseverancia y sacrificio; en definitiva, muestra el amor por excelencia a Dios por su constancia a pesar de las dificultades que vivó, nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles «Esteban, lleno de la gracia y de poder, realizaba grandes prodigios y señales entre la gente» (Hch 6, 8), una figura muy cercana a Jesús, esto provoca indignación para algunos los judíos, discutiendo con él; pero no podían refutar la sabiduría inspirada con la que hablaba.  Esteban lleno del Espíritu Santo, «Miró al cielo, y vio la gloria de Dios y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios». v. 55.

Jesús habla con claridad a sus discípulos, la fidelidad al Evangelio conlleva dificultades y persecución, «A ustedes los arrastrarán ante las autoridades y los azotarán en las sinagogas […]  así darán testimonio de mi ante ellos y ante los paganos» Si para los primeros discípulos lo fue, lo será también, para quienes son colaboradores suyos, nuestra fortaleza en los momentos de persecución deben estar puestos en Dios que nos acompaña siempre y poder ver su gloria.

El dolor significa despojarse de todo, […] en el que habrán momentos que debemos ocupar el lugar que Jesús experimentó, la persecución, el dolor y el sufrimiento. Alguien podría decir: ¿Padre, como es posible que Dios haya permitido ver sufrir a su propio Hijo? Así lo quiso Dios, admitir y seguir en el silencio en aquel momento infame (crucifixión)  porque a quiso darnos a todos la salvación. San Pablo lo dirá con otras palabras: «La gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos los hombres, […]  y quiere que vivamos de una manera sofría justa y fiel a Dios en la espera de la gloriosa venida del gran Dios y salvador, Cristo Jesús, nuestra esperanza». (Tit 2, 11-14

Increíble el amor que Dios nos tiene, busquémosle a Él, aun en los momentos difíciles. Para Jesús, lo que importa en la persecución no es el lado doloroso del sufrimiento, sino el testimonio. «Por mi causa serán llevados ante gobernadores y reyes, teniendo la oportunidad de mí, ante ellos y los paganos». Aquí el amor es más fuerte que el odio, la paz más fuerte que la violencia y de esperanza es más fuete desesperanza.

Que este evangelio nos ayude a comprender el amor de Dios en lo incomprensible, que sólo se entiende desde la fe, San Esteban amó a sus perseguidores, un ejemplo valiente para imitar a Jesús son sus palabras: «Señor, Jesús, recibe mi espíritu. […] Señor no les tomes en cuenta este pecado»

Que Dios nos conceda la gracia de imitar a San Esteban, que aprendamos amar a los enemigos, que el mundo cegado por el resentimiento, el rencor, el odio y la venganza, sea cada día promotor de paz y reconciliación, de perdón y de misericordia. Que el niño que nos ha nacido en Belén, «consejero admirable, príncipe de la paz» (Is 9, 6) sea para cada uno de nosotros una oportunidad para dar testimonio de la Buena Nueva de Salvación. ¡Para bien de la Iglesia y nuestra propia salvación! Que así sea.

Reflexión del Evangelio de Lucas 21, 1-4.

Reflexión del Evangelio de Lucas 21, 1-4.

Por el Padre Asdrubal de Jesús Zeledón Ruiz.

El Evangelio de este día, el Señor nos presenta el desprendimiento de una viuda pobre, ella, desde su pobreza da todo lo que tiene, en cambio, los ricos dieron sus donativos pero daban de los que les sobra, la actitud de esta viuda es de admirar que en su pobreza ha dado todo lo que tenía para vivir.

Me gustaría compartir contigo tres realidades del evangelio.

  1. ¿Cuál es nuestra actitud respecto a las riquezas? Como personas, tenemos que vivir de lo necesario dignamente, tener lo justo, no ser miserable consigo mismo y con los demás. En el mundo hay personas muy ricas, económicamente viven muy bien, pero su corazón está lejos de Dios, en cambio, hay personas que son pobres, pero ricos ante Dios, pues tienen un amor inmenso por los demás, el mismo Señor nos dice: «donde está tu tesoro, ahí está tu corazón».
  2. La necesidad del pobre. Todos en algún momento hemos pasado necesidad, y será en el indigente que podamos ver la mejor expresión del amor a Dios, en definitiva como cristianos, estamos invitados a ser solidarios con el necesitado, ser signo concreto del amor a Dios por los más necesitados.

En la vida he realizado obras de caridad, veo los apuros de otras personas, que he hecho por ellas, siento la necesidad de ayudar al pobre.

  1. Tener lo necesario. La clave de la vida, no está en acumular riquezas, bienes, aunque sea necesario tener lo básico, solo es feliz quien vive dando solidariamente a Dios y al hermanos, disfrutando de la libertad de no poner nuestra confianza en los bienes temporales sino en los bienes eternos que solo Dios puede dar.

En la vida tenemos que ser partícipes de gestos reales, concretos de compromisos, generosidad y solidaridad. Soy solidarios con los necesitados,

El Evangelio nos recuerda que nuestro estilo de vida como cristiano debe ser la misericordia, el amor  y la solidaridad por los más necesitados, de hecho, hay que ser signo concreto en los más necesitados. ¡Para bien de la Iglesia y nuestra propia salvación!  Amén.