Reflexión del Evangelio Martes de la octava de Navidad, en la fiesta de San Juan Evangelista.

Vio y creyó, en el evangelio encontramos corriendo a Pedro junto a Juan hacia el sepulcro.
No hace mucho contemplábamos una escena parecida en un contexto diferente: a unos hombres se les anuncia una noticia y van corriendo a corroborarla. Son los pastores en Belén. Tanto ellos como estos apóstoles se encontraron con signos pobres: un Niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre; el Mesías, el Señor, pobre entre los pobres y una tumba vacía, tan solo con los lienzos que habían cubierto el cuerpo sin vida del Hijo de Dios.
Pero a Juan, como a los pastores, le bastó: por gracia de Dios, vio y creyó. Él, que había sido testigo de tantas maravillas al lado de Jesús y que lo había visto traspasado en la cruz, supo reconocer su gloria en aquel sitio, en aquel acontecimiento que podía no significar nada pero que lo significaba todo.
Esto nos interpela a nosotros, nos llama a abrirnos al Dios que se revela en lo pequeño: en la encarnación, en el pesebre, en el taller del carpintero, en aquel joven rabino sin estudios, en el Crucificado y en aquellas pobrezas y pequeñeces que cada uno conoce. Si nos une a Él una relación estrecha, si somos amigos y compañeros del Señor, reconoceremos su Presencia, su huella, su actuar discreto pero sublime. Se abrirán los ojos de nuestro corazón como los de san Juan y los de tantos hombres y mujeres mencionados en su evangelio: Natanael, Nicodemo, la Samaritana, Marta de Betania. El amor nos conducirá a la fe y la fe al amor.
Lo cual nos lleva de nuevo a la primera lectura: revelación, experiencia, gozo y vida, testimonio, comunión con los hermanos y con Dios.
San Juan Evangelista, ruega por nosotros.
En Cristo,

José Bismar Villagra Barrera, seminarista egresado.

Reflexión Martes de la tercera semana de Adviento.

Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios

A la parábola que hoy Jesús nos presenta parece que se le aplica bien el famoso refrán: obras son amores y no buenas razones. Como si ese fuese el código con el que hubiera que interpretarla. Que a Dios no le importan tanto los discursos, la imagen que damos o la fama con que nos etiquetan, cuanto los hechos. Pero, siendo cierto esto, la Palabra es aún más profunda y sutil en lo que nos quiere revelar.

Lo cierto es que se podrían haber enumerado a otros hijos. Por ejemplo, un hijo que, atendiendo a la petición del padre y diciendo sí, hubiera realmente ido a trabajar; u otro que, respondiendo de entrada que no, no fuera a la viña. Pero no. La parábola omite esos ejemplos y presenta dos hijos en los que la palabra no concuerda con los hechos. Parece que se centra en los incoherentes. Y, aun así, de uno de ellos se dice que cumplió la voluntad del padre. Sorprendentemente, tolera la incoherencia, pero no acepta la hipocresía.

Los sumos sacerdotes y ancianos a los que habla Jesús son, a los ojos del pueblo, un modelo a seguir. Y, sin embargo, les asegura que los publicanos y prostitutas les adelantarán en el Reino de los Cielos. Da la impresión que el problema no es tanto ser pecador, como creerse justo. Todos son incoherentes, y pecadores. La diferencia es que estos últimos tienen conciencia de su condición de pecado, que es público, y eso les puede hacer volverse al Señor, arrepentirse.

En este tiempo de adviento, el Padre nos concede, una nueva oportunidad. Nos regala un tiempo para darnos cuenta de nuestras desobediencias; de las muchas veces que le hemos dicho que no, y enmendar nuestras palabras e incluso nuestras acciones. Nos dice que no lo tiene en cuenta si estamos dispuestos a arrepentirnos. Él ya sabe de nuestras incoherencias y las quiere aprovechar. Son una ocasión para no caer en la hipocresía de creernos justos, sin necesidad de Dios, que es el mayor peligro. Cada incoherencia, cada no que le hemos dicho a Dios, se puede convertir en una oportunidad de volvernos de nuevo a su Misericordia; de darnos cuenta que no tenemos nada de qué presumir, que no somos hijos modélicos. Y, aun así, nos ama, quiere venir a nosotros. Dios cuenta con nuestras incoherencias y estas no nos excluyen de llegar al Portal. Pero la hipocresía sí nos excluye por sí misma, no nos puede conducir a un establo, lo repele, se aleja de allí, se desvía porque se escandaliza de que Dios se abaje tanto y tan gratuitamente.

¿Cómo es mi respuesta a las invitaciones del Señor? ¿Me preocupo de dar buena imagen, decir a todo que sí, pero luego descuido mi respuesta concreta? ¿Hay algo en lo que haya dicho que no últimamente? ¿Estaría dispuesto a cambiar mi respuesta? ¿qué me lo impide? ¿cómo juzgo a mis hermanos? ¿desde el creerme justo? ¿o soy capaz de reconocer que, en muchas cosas, van por delante de mí?

En Cristo,

José Bismar Villagra Barrera

MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO, AÑO A

La parábola de la oveja perdida en Lucas (15,3-7) es una exhortación a compartir la alegría del perdónque Dios otorga a los pecadores que se convierten y a la vez a disponernos al perdón. En el texto de Mateo, la misma parábola forma parte del discurso eclesial, en el que Jesús comunica a los discípulos algunas indicaciones preciosas acerca de la vida comunitaria: el esfuerzo por hacerse pequeños, disponibilidad a la acogida, atenciones para el que vacila en la fe.

En coherencia con dicho contexto, para el primerevangelista la parábola de la oveja perdida no habla directamente de Dios que se pone a buscar la oveja, sino de la comunidad, que debe ser «signo del rostro de Dios», de Dios que va a la búsqueda de la oveja perdida con una solicitud pastoral por el «pequeño» y más aún por el que se ha extraviado, por el pecador.

Dejar las noventa y nueve ovejas para buscar una esuna locura; pero así es la locura de Jesús y debe ser la locura de la comunidad (v. 14). La comunidad no debe dejarse guiar por criterios de eficiencia, sino por el «cuidado» con el pequeño, con el insignificante, con el marginado o lejano, por el motivo que fuere. No se asegura automáticamente el éxito «Si logra encontrarla…», pero se exhorta a la comunidad a no olvidar nunca el buscar la oveja perdida, porque será fuente de gran alegría: «05 aseguro que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se extraviaron».

Una parábola es una invitación para participar en el descubrimiento de la verdad. Jesús empieza diciendo: “¿Qué les parece?” Una parábola es una pregunta con una respuesta no definida. La respuesta depende de nuestra reacción y de la participación de los oyentes. Tratemos de buscar la respuesta a esta parábola de la oveja perdida.

Jesús cuenta una historia muy breve y muy sencilla: un pastor tiene 100 ovejas, pierde una, deja las otras 99 y va en busca de la oveja perdida. Y Jesús pregunta: “¿Qué les parece?” Es decir: “¿Ustedes harían lo mismo?” ¿Cuál será la respuesta de los pastores y de las demás personas que escuchaban a Jesús que cuenta esta historia? ¿Harían lo mismo? ¿Cuál es mi respuesta a la pregunta de Jesús?

No hay que olvidar que los montes son lugares de difícil acceso, con simas profundas, habitados por animales peligrosos y donde se esconden los ladrones. Y no puedes olvidar que has perdido una oveja, una sola, por consiguiente, todavía ¡tienes 99 ovejas! ¡Has perdido poco! ¿Abandonarías a las demás 99 por el monte? Quizás solamente una persona con poco sentido común haría lo que hace el pastor de la parábola de Jesús.

Los pastores que escucharon la historia de Jesús, habrán pensado y comentado: “¡Solamente un pastor sin fundamento actúa de este modo!” Seguramente le habrán preguntado a Jesús: “Perdona, pero ¿quién es ese pastor del que estás hablando? Hacer lo que él hizo, es pura locura”. Jesús contesta: “Este pastor es Dios, nuestro Padre, y la oveja perdida eres tú”. Dicho con otras palabras, aquel que actúa así es Dios movido por su gran amor hacia los pequeños, los pobres, los excluidos. Solamente un amor así de grande es capaz de hacer una locura de este tipo. El amor con que Dios nos ama supera la prudencia y el sentido común. El amor de Dios hace locuras. ¡Gracias a Dios! Si así no fuera, ¡estaríamos perdidos!

En Cristo,

José Bismar Villagra

Visita a Comunidad de San Antonio de Oskiwas

El día Martes 29 de Noviembre el padre Irwin Quintanilla visitó la Comunidad de San Antonio de Oskiwas para hacer la bendición de la nueva iglesia.
Parroquia San José de Bocay Diocesis de Jinotega Tu vida es misión.

Fotografías Karely Martinez .

Santa Catalina de Laboure

Originaria de Francia a su corta edad se convierte en religiosa vicentina, fue la santa que tuvo el honor de que la Santisima Virgen María se le apareciera para recomendarle que hiciera la Medalla Milagrosa y difundiera el mensaje que Dios nos tenía para la época de 1830.

La Medalla fue dada a la Iglesia en un periodo de grandes desórdenes y turbulencias que afectaron a Francia y a toda Europa, un periodo por tanto de grandes peligros también para la Iglesia.

Desde la Revolución Francesa (1789) en adelante, una cadena de conspiraciones, revueltas, guerras había alterado al continente. Y se concretó en una feroz persecución no sólo contra el clero sino contra toda la Iglesia.

Las revoluciones liberales intentaban separar los Estados de la Iglesia para transformarlos en instrumentos de guerra contra la religión.

En las dos ocasiones de su aparición alertó sobre los sucesos que pasarían con nuestra fe católica,
La virgen María le dijo:

«Hija mía, el buen Dios quiere confiarte una misión. Tendrás muchos sufrimientos, pero los superarás pensando que los recibes para glorificar al buen Dios. Conocerás el mensaje que te viene de Él. Serás rechazada, pero la gracia te ayudará. ¡Confía y no temas! Da cuenta de todo lo que veas y oigas».

En este punto, la Virgen añadió con una expresión muy triste:

«Los tiempos son malvados. Desgracias se abatirán sobre Francia, el trono será derribado, el mundo entero será alterado por desventuras de todo tipo. Pero venid a los pies de este altar; aquí se derramarán gracias sobre todos aquellos, grandes y pequeños, que las pidan con confianza y fervor».

Tras haberle hablado del futuro de su congregación, la Virgen retomó el tema:

«Habrá muertos, el clero de París tendrá víctimas, el monseñor arzobispo morirá. Hija mía, la Cruz será despreciada, la tirarán por tierra y correrá la sangre por las calles. Se abrirá de nuevo la herida en el costado de Nuestro Señor. Llegará el momento en que el peligro será tan grave, que creerán que todo está perdido. Hija mía, todo el mundo estará triste. Pero ¡tened confianza! Precisamente entonces yo estaré con vosotros; reconoceréis mi visita».

Pero la aparición más famosa fue la del 27 de noviembre de 1830. Estando por la noche en la capilla, de pronto vio que la Sma. Virgen se le aparecía totalmente resplandeciente, derramando de sus manos hermosos rayos de luz hacia la tierra. Y le encomendó que hiciera una imagen de Nuestra Señora así como se le había aparecido y que mandara hacer una medalla que tuviera por un lado las iniciales de la Virgen MA, y una cruz, con esta frase «Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti». Y le prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esta medalla y recen esa oración. Y así fue que hasta el emperador de francia del momento llegó a usar la Medalla Milagrosa.

Santa catalina decidió llevar en anonimato ante la sociedad el encuentro que tuvo con la Santísima Virgen y llevar una vida de servicio y caridad en el convento. Hasta ese entonces solo conocían el evento su confesor y el arzobispo.

Fallecido ya su antiguo confesor, Catalina le contó a su nueva superiora todas las apariciones con todo detalle y se supo quién era la afortunada que había visto y oído a la Virgen. Por eso cuando ella murió, todo el pueblo se volcó a sus funerales (quien se humilla será enaltecido).

Poco tiempo después de la muerte de Catalina, fue llevado un niño de 11 años, inválido de nacimiento, y al acercarlo al sepulcro de la santa, quedó instantáneamente curado.

En 1947 el santo Padre Pío XII declaró santa a Catalina Labouré, y con esa declaración quedó también confirmado que lo que ella contó acerca de las apariciones de la Virgen eran totalmente ciertas.